viernes, 29 de abril de 2011

Por sus discursos los conoceréis

Estoy leyendo un informe elaborado por tres profesores de la Universidad de Barcelona sobre la inmigración. Cuando lo termine subiré una pequeña síntesis al blog. Al parecer el discurso sobre la inmigración viene condicionado por las tendencias políticas, no por un análisis racional. Para empezar, la derecha considera que la inmigración es un problema. Para la izquierda, la inmigración es un fenómeno social. A partir de aquí, los cachorros de los partidos políticos tienen barra libre para verter todo tipo de barbaridades sobre la inmigración, naturalmente cuidando de no salir de lo políticamente correcto.

Un discurso políticamente correcto (a mi entender, muy perverso), empieza por afirmar que se tiene muchos amigos inmigrantes que se han integrado bien en España. Enseguida busca una diana que no cause escándalos. Es más aceptable hablar de inmigrantes musulmanes que de inmigrantes negros. Es mejor despertar ciertos sentimientos que la gente pueda tener hacia los rumanos, como ocurre en Cataluña. Todos hemos oído discursos como “no cabemos todos”, “los inmigrantes cometen muchos delitos”, “el pañuelo musulmán es símbolo de sumisión” (dicho por alguien que no quiso votar la ley sobre la igualdad de género). A mi parecer, algunos políticos españoles se esfuerzan en acercarse a sus colegas italianos y franceses. Un colega italiano no dudó en pedir a la marina italiana para que hunda los barcos de inmigrantes en alta mar. Lo curioso es que estos políticos españoles se consideren conservadores y católicos de comunión diaria, como aquel político catalán que no esconde ni su odio a los inmigrantes, ni su fervor católico. Si Dios existe, debería mandarle un castigo para que se convierta y no vaya al infierno (lo digo por el bien de su alma). Yo me niego a compartir mis creencias cristianas con un tipo así.

Yo supongo que algunos militantes de estos partidos anti-inmigrantes (o sea, anti-seres humanos, anti-Dios) van a misa. Me pregunto a qué tipo de Dios rezan. No me extraña que se nieguen a comulgar bajo las manos de un cura inmigrante. Un amigo mío dice que aquellos que nos evangelizaron necesitan ser evangelizados. Pero yo creo que ellos pusieron a Dios al servicio de sus intereses personales. Enseñan un Dios en quien no cree; aconsejan los valores que repugnan; predican la castidad después de acostarse con sus queridas; rechazan a los homosexuales pero abusan de los niños indefensos. Los buenos cristianos deberían hablar, rechazar públicamente el comportamiento de sus hermanos. Sigo creyendo, como antaño, que un Dios que puede confundirse con el mal no puede ofrecerse al mundo como remedio a sus males.

viernes, 22 de abril de 2011

La Mandona

Hay quienes decían que llevaba los pantalones tan ajustados porque le gustaba hacerse daño. Otros decían que no estaba bien atendida en casa (“mal no sé qué”), que por eso estaba siempre de mal humor. No faltaban quienes sentían pena por sus ojos de gata en una cara tan poco sonriente. Sus estados anímicos eran tan cambiantes que sus súbditos no sabían cómo comportarse en su presencia. Su ascenso en los puestos de responsabilidad no correspondía ni a su capacidad para motivar al grupo, ni a sus conocimientos en los servicios que ofrecía la empresa. “Trepa”, murmuraban algunos. Otros no dudaban en llamarle “chupa no sé qué”. En estas tierras siempre se exagera, sobre todo cuando hay algo de envidia. Es cierto que esa jefa vivía como si mañana no fuera a morir, y pensaba que la multinacional era de su propiedad. Es cierto que vencer y humillar era inseparable para ella. Si te enfrentabas a ella te machacaba. Si te sometía, te machacaba igual. Lo inteligente era evitar encontrarse con ella. Probablemente la etología podría aportarle un poco de luz: los animales vencen pero nunca humillan. Pero ya se sabe que es fácil hablar, que coordinar acertadamente un grupo de personas no es fácil. De modo que hay que ser generoso con los mandos intermedios. Ellos también son humanos. Seguramente en su soledad se sienten tan débiles como los demás, tan necesitados de un poco de cariño como todos, tan vulnerables como sus súbditos. Pero deben aprender a respetar a sus súbditos, a motivarlos positivamente, a unirlos en lugar de dividirlos, a valorarlos en lugar de machacarlos. Es un error vivir como si un día no fuéramos a morir. De hecho la experiencia de la muerte redimensiona nuestra forma de vivir y de relacionarnos con los demás. No he visto gente tan humana como aquellos que tienen conciencia de haber estado a punto de morir. Tal vez los jefes deberían tener la experiencia de la muerte para darse cuenta que el mundo no se acaba con sus decisiones.