domingo, 27 de enero de 2013

Descansa en Paz, chaval

Manuel, medio sentado encima de la mesa, con las manos en los bolsillos. foto de google.es
Yo no soy nadie para calificar una vida truncada a los 28 años. Sólo siento una inmensa tristeza porque Manuel estuvo dialogando con la muerte durante cuatro días, en su habitación, sin que sus compañeros de piso se enteraran. Sólo tuvo fuerza para avisar una compañera de trabajo. Y cuando rompieron la puerta de su cuarto y le llevaron al hospital, el médico sólo pudo diagnosticar lo que era inevitable. La tuberculosis había destrozado completamente sus pulmones y sólo quedaba esperar el desenlace final. Le preguntó si tenía familia en España para avisarle, y Manuel le dijo que estaba solo en España. Y murió.

Había llegado de su Angola natal a los 14 años. Le conocí a los 15 años en la Casa de Acogida a los Inmigrantes Menores en Madrid. Mis jefes me habían mandado para reforzar la comunidad educadora. Más de una vez le acompañé al Centro Sanitario para recibir las correspondientes vacunas.  Más de una vez discutí con él cuando no cumplía mis órdenes. Tenía un espíritu africano de razonar todo antes de actuar, y yo no tenía paciencia para razonar con él el sentido de las normas de la casa. Le acababa diciendo: “Manuel, esto se hace porque lo digo yo”. Emitía un sonido africano de total desacuerdo pero obedecía.

Manuel era un chaval tímido, muy pensativo y poco conflictivo. Nunca le pregunté porqué a sus 14 años había tenido que abandonar su familia en Angola, ni quise leerlo en los informes no confidenciales que nos facilitaba la psicóloga del Centro. Yo sabía que Manuel no era un aventurero. Su país estaba en guerra. Los chavales de su edad iban obligados a la guerra para morir. De modo que tenía motivos más que suficientes para abandonar sus raíces. No tenía heridas profundas como otros chavales de Costa de Marfil o Liberia que confesaban haber sido obligados a matar, y sus pesadillas me despertaban a media noche. Una puta desgracia para unos chavales de 14 años. Otros afirmaban haber cruzado la frontera de Melilla debajo de un camión o escondidos no se sabe dónde. Sólo para huir de una vida sin sentido en sus países.

Manuel se adaptó fácilmente al estilo de vida español. Con su acento portugués y su humor negro, a veces nos arrancaba una buena carcajada. Y cantaba. Y bailaba. Se movía como un buen negroafricano. Sin prisas. Con ritmo.

La última vez que le vi salía de clase de Auxiliar de enfermería y llevaba una bata blanca de laboratorio (por aquel entonces mis jefes me habían cambiado de sitio). Terminó sus estudios, consiguió un trabajo en una residencia de ancianos. Una amiga que le daba clase de español y le invitaba a su Galicia natal me iba informando de sus movimientos, de sus logros, de sus sueños. Sus jefes estaban encantados con él porque era un chaval responsable, trabajador y poco conflictivo. Hace unos dos años estuvo de vacaciones en su país. Justo cuando empezaba a reconciliarse con su pasado (incluso le había tocado una cantidad no despreciable en la lotería de este año pasado), una jodida enfermedad evitable llama a su puerta y le machaca en soledad.

¿Por qué se encerró en la habitación y no pidió ayuda para ir al médico? ¿Porque temía contagiar a sus compañeros? ¿Porque temía que le despidieran de su trabajo? No se sabe. La muerte es inevitable. Incluso puede ser considerada como una pesada compañera de viaje. Pero dialogar con la muerte durante cuatro días en una habitación oscura, vomitando sangre, viendo cómo se frustra todos los esfuerzos, es muy duro. Toda su vida tramitando papeles: residencia, seguridad social, médicos, etc. Incluso ahora sigue esperando en una morgue madrileña para que las administraciones le permitan volver a su Angola natal para descansar junto a nuestros antepasados. Una puta pena.

miércoles, 16 de enero de 2013

Los afros


A los siete años el maestro me preguntó a qué etnia pertenecía y me lo tuvo que decir mi padre (que sospecho que no debe coincidir con la de mi madre). Como en mi parroquia ya no estaban los misioneros blancos, no fui consciente del color de mi piel hasta que fui a la escuela secundaria y los niños de un médico inglés (misioneros protestantes) nos perseguían llamándonos “monkey” (monos) cada vez que nos acercábamos a la playa de nuestro precioso lago Muhazi que nuestros misioneros consideraban propiedad privada para los blancos.

 
A los diecisiete años, mi profesor de inglés que había estudiado Filología en Estados Unidos nos mandó analizar la canción de Bob Marley (Buffalo soldier’s) y nos habló de la historia de los negroafricanos que fueron comprados  por árabes y europeos y vendidos como madera. Pero la primera vez que fui consciente de mi color de piel fue durante mi primer viaje en Metro Madrid: un solo negro entre miles de blancos (me imagino que la misma sensación siente un blanco en una aldea negroafricana).

 
Durante mi estudio sobre la “evangelización de la cultura bantú” empecé a distinguir varios tipos de africanos: negros, árabes (principalmente en el norte de África) y blancos (principalmente en el sur de áfrica). De allí el término negroafricanos. Más tarde tuve buenos amigos blancos que conservo todavía y me di cuenta que la amistad no tiene color.

 
Escuchando las canciones de Céline Dion en francés descubrí que una de las letras alababa la mezcla de las razas (les mélanges font de beaux enfants). Entonces apareció Barack Obama, fruto de una mezcla entre un negroafricano de Kenia y una madre blanca de Estados Unidos. Y más tarde tuve compañeros de Santo Domingo (los popularmente conocidos como mestizos) y me quedé prendado por el color de su piel. Maravillosa mezcla de los dioses. Había oído que “los de Santo Domingo” desprecian a “los de Haití”, y aproveché para conocer el motivo de esa relación poco fraternal. “Es que no son de fiar”, me contestó la compañera, con una sonrisa de “ya sabes: rivalidades entre hermanos”. En esa época, con agradable sorpresa me encontré con el blog de Gina Escheback (http://ginaescheback.blogspot.com.es/) que habla de los afrocolombianos. Leyendo su blog descubrí otro de los afroargentinos (http://africaysudiaspora.blogspot.com.es) y heme aquí intentando conocer más la historia de los afrocolombianos y afroargentinos. Porque quisiera seguir la exhortación de nuestro hermano Bob Marley: “Don’t forget your past”.

martes, 8 de enero de 2013

El gobierno español quiere penalizar la hospitalidad hacia los extranjeros


Fuente:




 

Cuando se me pregunta si los españoles son racistas suelo contestar que más que racismo lo que tienen son prejuicios, y que yo mismo tengo prejuicios hacia algunas tradiciones y costumbres de algunos pueblos. Yo que vengo de un país en el que dos etnias se desprecian mutuamente y se masacran cuando hay oportunidad, yo que he vivido in situ el racismo entre gente que comparten la misma tradición y hablan la misma lengua, puedo ser más comprensivo ante el racismo entre negros y blancos.

Personalmente pienso que todos tenemos que hacer un esfuerzo para superar prejuicios aprendidos o imaginados y basar nuestras relaciones en juicios experimentados. No obstante, afirmar que en general los españoles no son racistas no quiere decir que no haya normas racistas en España. Y muchos negros las hemos sufrido y las seguimos sufriendo. Y muchos españoles son testigos (lo cual es una esperanza para todos). Un control policial en Metro Oporto (Madrid) sólo para los negros es un control racista (a mi modo de ver), le moleste a quien le moleste. Llamar a un ser humano ilegal o sin papel es racismo, le moleste a quien le moleste. Pretender castigar penalmente a quien ayude a un inmigrante sin papeles (como pretende el  ministro Gallardón), si eso no es racismo que venga el Dios cristiano y lo vea. La Biblia dice: Al extranjero no engañarás, ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto” (Éxodo, 22:21).

Necesitamos conocernos más

En el pasado colonial, el hombre blanco nunca quiso aprender nada del hombre negro, al que consideraba salvaje, sin alma, sin civilización (hasta los años 1960). Sería interesante hacer un estudio actualizado para saber si en este siglo XXI el hombre blanco ha llegado a aprender algo del hombre negro. Más interesante aún sería comprobar si el hombre negro conserva todo lo que aprendió del hombre blanco. En lo que a mí concierne, estoy desaprendiendo gran parte de lo que aprendí de los misioneros porque fue una estafa (a mi modo de entender).

Los misioneros me enseñaron un Dios en el que los suyos no creían; me enseñaron tradiciones que habían sido superadas en su país; me exhortaron a practicar la hospitalidad cuando en sus países se pretende castigar duramente al que da cobijo a un inmigrante, y sobre todo, en sus países siguen llamando ilegales a las personas sin residencia legal y casi todo el mundo lo asume y lo asimila, hasta los mismos inmigrantes (los misioneros me enseñaron que todos los seres humanos somos hermanos).

Si los misioneros españoles tuvieran conocimiento de lo que está pasando en España, debería volver urgentemente a España para enseñar el Evangelio de Jesucristo a sus hermanos. Un pueblo que castiga penalmente la hospitalidad es un pueblo en decadencia. Un pueblo que acepta que un ser humano sea tratado de ilegal porque no tiene un trozo de papel otorgado por las autoridades es un pueblo en decadencia. Naturalmente, la salvación de ese pueblo reside en la gente de buena voluntad que no cesa de estar al lado de los “oficialmente indeseables”, gente con nombres y apellidos que muchas veces son incomprendidos por sus propios familiares. Si he de adorar alguien, no me importaría adorar este tipo de personas que tienen comportamientos casi divinos.

Y son muchos. Como ya escribí en este blog, muchos inmigrantes existimos porque nuestros amigos españoles existen y luchan para que nos integremos en la sociedad española. Por eso no entiendo a los inmigrantes que no se esfuerzan para integrarse en la sociedad española y prefieran seguir aferrados a costumbres destemporales.

Ugiye iburya sazi azirya mbisi (dice un proverbio rwandés): si vas donde se come moscas, cómelas incluso si son crudas. Hay que esforzarse, incluso sacrificarse un poco, para poder integrarse en la sociedad de acogida. Yo soy consciente de que pocos occidentales se integran en las sociedades negroafricanas. Pero no se trata de imitarlos: se trata de ser consciente de que la patria no es donde uno nace sino donde intentamos realizar nuestros sueños. Si estás realizando tus sueños en España, tu patria es España. Eso no quiere decir que tengas la bandera española en el balcón, entre otras cosas porque ni los mismos españoles lo hacen. Se trata de compartir inquietudes del pueblo que amablemente te ha recibido como uno más. Ahora bien, si te niegas a creer en el mismo Dios que el Dios del que pretende penalizar la hospitalidad, cuenta con mi simpatía. La Biblia dice: Al extranjero no engañarás, ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto” (Éxodo, 22:21).

jueves, 3 de enero de 2013

El encuentro entre el hombre blanco y el hombre negro fue despectivo

Hace varios años cuando estuve investigando sobre la inculturación del cristianismo en la cultura bantú leí el libro del sacerdote congoleño (François Kabasele-Lumbala, Le christianisme et l’Afrique. Une recherche réciproque. Karthala, Paris 1993). En estas navidades volví a hojear el libro en casa de un amigo que lo conserva en su biblioteca personal, y volví a confirmar que el encuentro entre el hombre blanco y el hombre negro fue despectivo en toda África Negra y en la mayoría de los pueblos.

El sacerdote y profesor congoleño cuenta una historia que me parece aclaradora (p. 12): “Me he encontrado, a lo largo de mi vida, con muchas personas de otras razas y de otras confesiones. Pero mi encuentro con Occidente fue decisivo y me marcó mucho. Comenzó en el momento en que tomé conciencia de que era negro, perteneciente a un pueblo despreciado (sous-estimé), destruido (bafoué)”. “Fue en 1956, a los nueve años, cuando el Doctor Pourbois, un médico belga, abofeteó delante de todos los escolares y paisanos, un jefe tradicional”.

En efecto, una vez al año, el servicio colonial sanitario procedía a prevenir la enfermedad del sueño. La llegada del médico belga se había anunciado con antelación, y toda la población estaba esperándole. Como se había reunido mucha gente y la bulla era muy notable, el médico belga prohibió cualquier tipo de conversación entre los presentes. Pero he aquí que el buen médico vio un hombre que estaba hablando animadamente con un grupo y le mandó llamar con la intención de darle un castigo ejemplar para todos. Le ordenó ponerse de rodillas, a pesar de que la enfermera le susurró al oído que ese señor era un respetado jefe tradicional. El médico respondió a la enferma en voz alta que era mejor así porque todo el pueblo aprendería la lección. El jefe tradicional captó el mensaje y para evitar represalia contra su pueblo, se puso de rodillas y recibió una bofetada muy sonada: “il administra au chef coutumier une gifle sonore”.

Cuando Kabasele llegó a casa y le preguntó a su padre porqué el jefe tradicional se había puesto de rodillas cuando sólo los niños se ponían de rodillas para recibir un castigo, su padre le respondió que los blancos eran los auténticos jefes y que para ellos todos los negros son tratados como niños (Mon pére me répondit que les blancs étaient les véritables chefs, et que devant eux, tous les noirs passaient pour des enfants).