lunes, 3 de julio de 2017

Construir sobre la ruina


Rwanda, 1994
Las Facultades de Filosofía están cerrando sus puertas porque “no sirven para nada”. En realidad siguen el mismo camino que las Facultades de Teología. Próximamente les tocará el cierre a las Facultades de Ciencias Humanas porque este mundo globalizado sólo necesita expertos en la robótica y ciencias exactas como las Matemáticas. Sin embargo, una simple mirada al vecindario nos hace sospechar que necesitamos expertos en Psicología porque el patio mental está desordenado. Proliferan las espiritualidades light que no hacen más que socavar las mentes debilitadas y oprimidas por el agobio existencial. Y así empieza el último tramo de la existencia consciente con la búsqueda del alivio espiritual en casas de charlatanes sin formación académica, los últimos iluminados que se preocupan más por la cantidad de seguidores en sus canales de Youtube que por su calidad sanativa, y que finalmente acaban rematando la faena de un vagabundo espiritual. Es curioso constatar que, incluso los bien formados en ciencias exactas, acaban atrapados en las redes de los iluminados, gastando sus fortunas para financiar los nuevos misioneros de la mística cósmica, para, finalmente, acabar acudiendo a un consultorio psicológico o a un confesionario tradicional.  Pero, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

Los amos del mundo creen firmemente que es sumamente rentable construir sobre la ruina. Es más fácil pescar en un río revuelto. El caos controlado es su centro operacional. Este plan maquiavélico no es de ayer. Es un proceso lento que comenzó con la destrucción de Dios (“Dios ha muerto”, proclamaron públicamente), la ridiculización de la Razón (los filósofos no sirven para nada) y la exaltación del Capital (el dinero como garante de la felicidad). Cuando parecía que habíamos entrado en la pista de la felicidad, los amos del mundo desorganizaron el sector financiero mundial, hundieron las economías de países como Italia, Grecia, España y Portugal y no se atrevieron a ir más porque la indignación estaba llegando al centro de sus operaciones en Wall Street y en Bruselas. El pueblo hambriento estaba dispuesto a saquear los palacios de los amos, como antaño. Recuerden la cantidad de las manifestaciones en el centro de Madrid, desde 2007. Incluso uno de los últimos ministros del Interior, ultraconservador y de misa diaria, llegó a comprar más materiales para los antidisturbios porque había que aplastar la chusma, los “perros flautas” como diría la madre de las mamandurrias en Madrid.

¿Por qué ha vuelto la calma? Por el miedo a la guillotina. Nadie estaba dispuesto a pasar hambre mientras en los palacios tiran la comida a la basura. Los franceses empezaban a recordar que para solucionar sus problemas con los abusones, el recurso a la guillotina era el más eficaz. Cuando los manifestantes empezaron a perseguir a sus mandamases por la calle, éstos entendieron que sus vidas estaban en peligro y empezaron a soltar migajas. Aún vivimos de las migajas, con la soga apretando pero sin ahogar. Pero la calma no es real: nos han metido el miedo en el cuerpo porque hay unos desalmados que han salido de la nada para atentar contra nuestras vidas. Ahora sí que la chusma la ha cagado: ha entregado su seguridad a los amos que lo único que desean es pescar en aguas revueltas. Estamos dispuestos a sacrificar nuestras libertadas, incluso nuestras vidas en nombre de la seguridad porque en frente están unos desalmados que están dispuestos a sacrificar sus vidas en nombre de la divinidad. Pero al final, ellos y nosotros somos la chusma. Ellos siguen los sermones de los amos que habitan en los palacios de oro, beben champagne en sus aviones privadas y llevan un ejército de guardaespaldas; nosotros seguimos las órdenes que se firman en los palacios presidenciales bien protegidos por los cuerpos de élite. Curiosamente, los palacios de aquí y los de allá se comunican al segundo. Pero los desalmados de allá y los pacíficos de aquí nos miramos de reojo.  Ellos acaban reducidos a trozos de carnes, igual que nosotros. Porque ellos y nosotros pertenecemos a la misma chusma.

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