sábado, 13 de junio de 2009

Mi visión acerca de las grandes religiones


La historia confirma que las grandes religiones no han podido conducir la humanidad por el recto camino que pregonan, ni han sabido satisfacer la sed de lo absoluto que se aloja en lo más profundo del ser humano. Las únicas creencias que mantienen su ritmo, con discreción, son las llamadas religiones tradicionales. Estas religiones siguen enseñando, como antaño, el equilibrio vital dentro del universo. Nos enseñan que el ser humano forma parte del universo, que cada elemento tiene su orden y su función, y que el equilibrio de todos los elementos es la única garantía de la estabilidad emocional y de todo el universo. Sus creencias discretas, casi intimistas, con ceremonias fundamentalmente familiares y tribales facilitan la cercanía necesaria en la relación con lo trascendental. La variedad de sus ritos abren la puerta a la creatividad de sus seguidores. Para muchas tradiciones orientales, hay que pasar por el olvido del sujeto para encaminarse hacia su recuperación en el seno de lo Absoluto. El sujeto debe salir de sí porque negándose uno se encuentra. El mundo es un ámbito de deseo y de sufrimiento pero es posible recuperar la paz mediante la reorientación del deseo. La iluminación es el único medio que endereza lo torcido.

Las llamadas religiones del libro (judaísmo, cristianismo e islam) se han politizado tanto que no resulta fácil seguir sus mensajes principales. Aunque el judaísmo no ha aspirado a convertirse en la referencia mundial al ser una creencia reservada al pueblo elegido, nadie puede ignorar que Israel es un Estado judío que basa sus principios en la Sagrada Escritura. Todo lo que ocurre en el entorno de la zona del Oriente Próximo refleja la lejanía de la mano de Dios en la tierra. Es muy difícil creer en la existencia de un Dios justo, pacífico, misericordioso y salvador en esa zona del mundo. Lo mismo ocurre en el campo del islam. Con sus aspiraciones políticas confunden las aspiraciones mundanas con las trascendentales, optando por un Dios guerrero y vengativo, un Dios reacio al perdón y a la vida de quienes no se ajustan a las medidas de sus defensores. Sus seguidores ofrecen una imagen que atemorizan a los infieles y no dudan en condenar al exilio a quienes no piensen como ellos. Al mezclar los intereses políticos con los religiosos resulta muy difícil saber dónde termina lo mundano y dónde empieza lo divino. Un Dios que se confunde con el mal no puede ser ofrecido como remedio a los males de la humanidad. Es exactamente lo que le sucede al cristianismo. Su mensajero enseña que hay que morir para que otro vivan mejor, que no hay que condenar a nadie, y que sobre todo hay que perdonar y dar oportunidad a todos. Habla de un Dios que deja noventa y nueve ovejas para ir a buscar uno perdido, un padre que perdona a un hijo prodigo. Pero sus herederos oficiales se fueron por un camino distinto, sobre todo desde que confundieron el trono con el altar, la ética con la moral, y levantaron su dedo como él único que puede enseñar el camino de la salvación. Lo peor que le ha podido pasar a la iglesia católica ha sido convertir su misión principal en la construcción de la cristiandad. En el cristianismo es muy difícil saber qué es lo que pertenece a César y que es lo que pertenece a Dios. Y la confusión es el territorio de la perdición. Por eso podemos entender acontecimientos como la inquisición, la evangelización de los indígenas o el silencio de Dios en el holocausto o en los distintos genocidios que sacuden de vez en cuando a pueblos supuestamente cristianos. Todo ello refleja que el mensaje principal del cristianismo ha sido prostituido y sustituido por un mensaje profundamente mundano. Cuesta descubrir los pasos de Jesús en los grandes templos que todos tenemos en mente.

3 comentarios:

Erika dijo...

Amén!!

Pili dijo...

Ohhhhhhhhhhhhhhhhhh, y yo añado a tu opinión, en cualquiera de las tres grandes religiones que nombras,la manera de interpretación que hacen algunos, siempre favorable a si mismos y llenos de razón, sin importarles el inmenso dolor que causan. En el nombre de Dios se cometen las mayores atrocidades.

Menos mal que existen personas que con su ejemplo nos ayudan a seguir creyendo en la grandiosidad del ser humano.

Queralt. dijo...

No se podía decír mejor...
Menos mal que hay personas excepcionales como Vicente Ferrer que, a pesar de todo el engranaje capitalista, reconcilian al hombre con el hombre y una chispa de esperanza nos hace creen en la Humanidad.
Besos de cereza.

Queralt.