lunes, 22 de junio de 2015

Yo conocí a Pedro Zerolo

Bajaba la calle Olivar hacia el Centro cultural de Lavapiés muy despacio, asegurando bien sus pasos. Una simple brisa podía derribarle. Era una mañana del día 08 de mayo de 2015. Su amplia sonrisa contrastaba con los signos evidentes de su enfermedad. Ante tanta fragilidad, Consuelo Cruz subió a su encuentro y bajaron cogidos de la mano. Como ella hace siempre, le preguntó si se acordaba de mí. Él dijo que naturalmente, y me dijo que seguía esperando que yo le presentara más ruandeses. Le dije que los ruandeses abundan más en Bélgica por aquello de que fuimos una colonia belga y le prometí presentarle por lo menos una ruandesa que anda por aquí. Enseguida llegaron mucha gente para saludarle. Así era Pedro Zerolo: transmitían buenas vibraciones, incluso en sus momentos más delicados.
Cuando empezó el acto de campaña y le tocó hablar, no sé de dónde demonios sacó fuerzas. Sin papeles y sin pausa, Pedro nos habló de la diversidad, de los derechos conquistados pero que tenemos que cuidar y nos exhortó a los negros, como solía hacer, a ser visibles en la sociedad española. Fue un discurso emocionante, propio de un activista, alguien que dedicó su vida a luchar por los derechos de las minorías ignoradas por una sociedad que no sabe aprovechar todas las fuerzas vivas para construir su futuro. Terminado su discurso, todo el auditorio su puso de pié y le aplaudimos durante casi cinco minutos.
Le conocí el año pasado en una reunión de afrosocialistas en la calle Ferraz. Me acerqué a saludarle, consciente de que saludaba uno de los grandes. Le fui a dar la mano pero él me plantó dos besos. Igual que se los plantó al presidente Zapatero delante de las cámaras, y según contó él en un programa de La sexta, algunos “patanegras” del PSOE se mosquearon. Y seguramente no se mosquean cuando descubren casos de corrupción en su entorno o cuando venden armas a un país en guerra. Mosquearse por un beso puede ser preocupante, sobre todo en Occidente.
A principio del año 2000 paseaba yo con Antoine, recién aterrizado en España, por la Plaza Mayor de Salamanca. Reconozco que la imagen merecía una foto. Él me saca cuatro cabezas como diría una compañera. Los dos íbamos cogidos de la mano. Como él no entendía aun el castellano, no se daba cuenta de los “piropos” que nos echaban los salmantinos: “Olé, negros y maricas”. Marta y Mónica, dos amigas nuestras salmantinas, iban delante riéndose. Mónica que había estado en Ruanda le estaba explicando a su amiga que en Ruanda los hombres amigos van cogidos de la mano públicamente y no tiene nada que ver con la homosexualidad. Antes de explicar a Antoine lo que pensaba la gente que nos veía, le dije que no me soltara la mano. Nos acercamos a nuestras amigas y cambiamos de pareja discretamente. Sabía que Antoine, recién salido de Ruanda, difícilmente entendería que dos hombres  o dos mujeres pueden enamorarse. Quince años después, él es capaz de explicarle a su hija de ocho años que dos personas del mismo sexo pueden casarse. Me temo que algunos franceses o italianos o españoles no son capaces de tener esa misma visión que nosotros que “venimos de la selva”, como diría Marine Le Pen. Me temo que Pedro Zerolo se ha marchado antes de tiempo porque la batalla de la diversidad no está del todo ganada. Afortunadamente hay mucha gente como Consuelo Cruz que seguirá su lucha. Para pedir respeto hacia gays y lesbianas no hace falta ser gay o lesbiana. Para pedir respeto hacia los negros no hace falta ser negro. Sólo basta entender que todos somos seres humanos que trabajamos por una sociedad más justa y más igualitaria, una sociedad que incorpore todos sus miembros al proyecto del bienestar social.


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