viernes, 22 de abril de 2011

La Mandona

Hay quienes decían que llevaba los pantalones tan ajustados porque le gustaba hacerse daño. Otros decían que no estaba bien atendida en casa (“mal no sé qué”), que por eso estaba siempre de mal humor. No faltaban quienes sentían pena por sus ojos de gata en una cara tan poco sonriente. Sus estados anímicos eran tan cambiantes que sus súbditos no sabían cómo comportarse en su presencia. Su ascenso en los puestos de responsabilidad no correspondía ni a su capacidad para motivar al grupo, ni a sus conocimientos en los servicios que ofrecía la empresa. “Trepa”, murmuraban algunos. Otros no dudaban en llamarle “chupa no sé qué”. En estas tierras siempre se exagera, sobre todo cuando hay algo de envidia. Es cierto que esa jefa vivía como si mañana no fuera a morir, y pensaba que la multinacional era de su propiedad. Es cierto que vencer y humillar era inseparable para ella. Si te enfrentabas a ella te machacaba. Si te sometía, te machacaba igual. Lo inteligente era evitar encontrarse con ella. Probablemente la etología podría aportarle un poco de luz: los animales vencen pero nunca humillan. Pero ya se sabe que es fácil hablar, que coordinar acertadamente un grupo de personas no es fácil. De modo que hay que ser generoso con los mandos intermedios. Ellos también son humanos. Seguramente en su soledad se sienten tan débiles como los demás, tan necesitados de un poco de cariño como todos, tan vulnerables como sus súbditos. Pero deben aprender a respetar a sus súbditos, a motivarlos positivamente, a unirlos en lugar de dividirlos, a valorarlos en lugar de machacarlos. Es un error vivir como si un día no fuéramos a morir. De hecho la experiencia de la muerte redimensiona nuestra forma de vivir y de relacionarnos con los demás. No he visto gente tan humana como aquellos que tienen conciencia de haber estado a punto de morir. Tal vez los jefes deberían tener la experiencia de la muerte para darse cuenta que el mundo no se acaba con sus decisiones.

2 comentarios:

Pili dijo...

Y nunca mejor dicho, lo mejor es mantenerse cuando más lejos mejor de un jefe así, pero claro, si es nuestro jefe eso es imposible de mantener, en algún momento el encuentro será inevitable, y no quiero ni imaginarme dicho encuentro, quizá aproveche la ocasión para sacar todas sus fustraciones, y cuantas más personas haya delante mejor, y así se crecerá y creerá tener más razón.

¡Pobre ser! nunca se dará cuenta de que cuanto más mezquín y ruín, más infelices hará a todos los de su alrededor, pero sólo en su ambiente laboral, mientras que él, o ella, será infeliz y probablemente rechazado en cada momento de su vida.

Desgraciado-a, con esa actitud solo se consigue, además, que sus subordinados rindan menos, y al final también tendrá que rendir cuentas ante un jefe superior, que al no ver resultados esperados también le reprochará y echará en cara sus fracasos.

¡Pobre y miserable ser!

Anónimo dijo...

Efectivamente.