
Porque ya nadie duda de que vivamos
en una aldea global donde los bienes materiales y los seres humanos circulan
libremente por todos los rincones de la tierra, de Kinshasa a
New York, de Pekín a Managua, de Luanda a Lisboa (muchos portugueses que no tienen
trabajo se están marchando a Angola. Hasta hace poco eran los angoleños que
venían a Portugal buscándose la vida).
La tierra se ha convertido en una oportunidad para cualquier
ser humano, en un hogar para todos. De allí el sinsentido de los nacionalismos
exacerbados. Mi tierra no es mi nación; mi tierra es mi
aldea global, un hogar para los que están, nativos o inmigrantes.
El que nace, crece y muere en su tierra natal es, hoy por hoy, un peligro para
la salud social. Definitivamente, uno no es de donde nade sino de donde pace.