La presencia del llamado “barco del aborto” en las costas valencianas ha logrado sus objetivos que no son más que suscitar un debate social acerca de los supuestos legales en los que se puede practicar el aborto. Personalmente creo que nuestra obligación es defender la vida de cualquier ser humano, más ahora que las sociedades modernas disponen de medios económicos y sanitarios para garantizar una vida digna a un recién nacido sin que la salud de su madre se vea demasiado afectada. Por eso creo que el aborto tendría que ser el último recurso y debería practicarse en los primeros meses. Si una mujer embarazada de dos meses no sabe aún qué hacer con la criatura que lleva dentro, es síntoma de que no está en condiciones de tomar una decisión adecuada y en caso de dudas, hay que defender siempre la vida.
Mucha gente acepta la posibilidad de interrumpir un embarazo no deseado, sobre todo cuando el embarazo es fruto de una violación. Las posturas se enfrentan cuando queremos incluir los embarazos no deseados en los supuestos de jóvenes que se quedan embarazadas por no utilizar los medios preventivos. Yo creo que las sociedades occidentales disponen de información suficiente sobre las relaciones sexuales que nadie debería caer en el recurso fácil de “no lo sabía”. Además existe la píldora del día después que puede facilitar las cosas. En todo este proceso, hemos de buscar el mal menor.
Supongo que los defensores del “aborto libre” invierten más energía en propagar la importancia de los métodos preventivos que en la defensa del derecho de la mujer a practicar el aborto. Sobre todo, quiero pensar que aceptan que el recurso al aborto es síntoma de un fracaso preventivo y social y tiene que ser en casos extremos. Por eso la llegada del llamado “barco del aborto” en las costas valencianas no es motivo de fiesta, sino de tristeza. Si hemos tenido la oportunidad de nacer, intentemos conceder esta posibilidad a los que están en camino.
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