domingo, 11 de agosto de 2013

Los hijos de la postmodernidad (I)


Fiesta universitaria en Salamanca
Hace varios años discutía con mi amigo Pierre acerca del carpe diem, del postmodernismo según el filósofo italiano Vattimo, del fin de la historia según el norteamericano Fukuyama. Entonces éramos universitarios en la eternamente bella Salamanca. Vivir y dejar vivir parecía guiar el espíritu reivindicativo de algunos compañeros universitarios. La preocupación de gran parte de la juventud era “con quién me voy de marcha o de botellón este fin de semana”. Ni siquiera se interesaban por hacer el amor. Beber toda la noche y dormir todo el día era su única aspiración. Los demás acontecimientos “se la sudaba”.

 

Nuestros compañeros universitarios no se identificaban con Prometeo, aquel que robó el fuego a los dioses para entregarlo a los hombres. “Qué saco yo de esta mierda” y “¿para cuándo lo mío?”, se preguntaban cuando les hacías una propuesta altruista. En los años noventa, muchos jóvenes occidentales vivían como si ya no hubiesen grandes compromisos que merecieran nuestra entrega. Primero yo, después yo, y por último yo. Este egoísmo radical está minando, hoy por hoy, incluso los pueblos menos contaminados por la globalización del individualismo. Hablamos, pues, de la generación postmoderna.

 

Los diferentes estudios filosóficos llegan a la misma conclusión: el hombre postmoderno se ríe de Sísifo, aquel que fue condenado por los dioses a empujar eternamente una roca hasta lo alto de una montaña, desde donde la misma roca volvía a caer por su propio peso. Así se sentía el europeo de postguerras al reconstruir una y otra vez su casa, su vida y su patria, y llegaba el iluminado de turno y lo reducía todo a escombros.  Tal vez por eso los postmodernos no juegan a la guerra porque no tienen grandes relatos que justifiquen tal entrega crística. Que los dioses se queden con su puto fuego, y si Sísifo quiere, que cargue solo con su maldita piedra. El postmoderno quiere vivir como el bueno de Narciso que encarna la juventud, la felicidad inmediata, la vida a tope. ¿Para qué soñar con futuros vanos y asumir esfuerzos que simplemente acabarán en fracasos? Dejemos la piedra en su sitio, dejemos el fuego a los dioses que tal vez con un poco de suerte se quemen y nos dejen vivir en paz.

1 comentario:

Pili dijo...


"Primero yo, después yo, y por último yo"

MENUDO ABURRIMIENTO, y que pena tan grande. Si alguien piensa realmente así es que está realmente solo y jamás disfrutará de la compañía y conversación de un amigo, siento lástima.
Con lo maravilloso, fantástico, sanísimo, enriquecedor, SENCILLAMENTE GENIAL que es compartir el tiempo con los amigos, estando con ellos no existe la tristeza, todo son buenos momentos, risas, comentarios, un aprender constante de cosas buenas, divertidas....., en resumen la FELICIDAD.
¿Y no es esto lo que todos deseamos? Tal vez algunos me llaméis antigua, pero si para ser postmoderna hay que repetir las primeras palabras con las que empiezo el texto, prefiero seguir siendo simplemente feliz y seguir disfrutando de mis fantásticos amigos.
Gracias a todos por vuestra sincera amistad, os quiero.