sábado, 14 de septiembre de 2013

Fenomenología del poder


En la figura de Moisés se condensa, para mí, todas las combinaciones posibles de los poderosos. No sólo en sus manos está la ley (diez mandamientos), sino que es el único ser humano que ha visto el rostro del mismísimo autor de la ley (Yahvé). Su especial nacimiento, su educación en la corte real, su traición al rey Faraón, su opción por el más fuerte, su imposición a sus hermanos hebreos, el origen divino de su autoridad, su función de guía y liberador, su forma de atar los entresijos del poder ante su inminente incapacidad física y su dulce muerte le convierte en el sueño de cualquier aspirante al poder.

 

 

Por mucho que nos rebelemos contra el poder, o al menos contra algunas formas de ejercerlo, necesitamos personas capacitadas para llevar a cabo obras de tenacidad y de reflexión. Normalmente ejerce el poder el más fuerte, el mejor cazador, el mejor guerrero, el más inteligente, el que ha sido elegido o el heredero. Y lo ejerce con autoridad invocada,  autoridad necesitada o autoridad creída por sus súbditos. De ahí que sea necesario que el poder sea creíble e invocado para conservarse. Se podría decir que:

 

1-El poder se recrea y se revitaliza en las fuerzas armadas y en la ideología. En algunas comunidades, ambos poderes van unidos. Pero cuando se distancian, su poder es opresor. Cuando conviven pacíficamente, la ideología mantiene en orden a sus seguidores, y las fuerzas armadas hacen lo mismo con los escépticos o extraviados. La ideología sola no es capaz de mantener el orden; las fuerzas armadas solas no son capaces de satisfacer las ansías de libertad condicionada a la que aspiramos todos los seres humanos.

 

2-Todo poder implica en los súbditos una “servidumbre voluntaria”. Ningún poder perduraría si no contase con el consentimiento de la mayor parte de sus súbditos. Cuando el poder se estructura basándose en la sumisión, las conciencias permanecen libres, y poco a poco se va fortaleciendo hasta convertirse en inquebrantable. El grupo sometido es poco maduro, poco creativo, poco vital y poco personalizador. Y la gente aterrorizada no toma iniciativas ni asume responsabilidades.

 

3-Las auténticas relaciones igualitarias no duran mucho tiempo. El factor “tensión” presente directa o indirectamente en cualquier relación tiende a desequilibrar las relaciones interpersonales, para bien o para mal. Y quien gana, digan lo que digan los románticos, es quien posee el poder, la capacidad de hacer y deshacer sin previa consulta. Tal vez éste sea el poder llevado a sus límites demoníacos, pero es cierto que cualquier poderoso siente la necesidad de concederse este capricho.

 

4-El poder es, en sí mismo, una estructura de relación dinámica y cambiante que se da en todos los aspectos de la vida humana. En la relación se genera y se actualiza lo que somos como personas, y lo que hacemos nos define: lo permitido o lo prohibido, lo conveniente o lo inadecuado nos va configurando en el tiempo y en el espacio. En estas relaciones, nos vamos definiendo como débiles o fuertes, como sometidos o sometidores: vamos asumiendo los papeles que nos corresponden en el entramado de las relaciones.

 

5-El poderoso no pertenece al común de los mortales. El poder satisface las necesidades ocultas o manifiestas de depender, de someterse, de recibir de otro confirmación y apoyo para la propia identidad. Cuando el poderoso inicia su carrera, está sinceramente convencido de la excelencia de los principios que defiende (principios claros y objetivos). De hecho el dictador se convence de que es imprescindible al pensar que sus súbditos son, en realidad, incapaces de gobernarse.

 

6-¿Cómo se conoce al poderoso? Poderoso es aquel al que se le pregunta ansiosamente: “¿Señor, qué quieres que yo haga?”. No necesariamente tiene que ocupar el máximo puesto en la organización. Tampoco tiene que ser el responsable último de las decisiones. Poderoso es aquel que da esperanza a los administradores, moviliza a muchos otros compañeros, y es objeto de identificación.

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