Rwanda, 1994 |
Pocas personas hallan recompensas en su
vida terrenal. La mayoría viven juntando los pedazos que el paso del tiempo va
desperdigando por doquier. Comparto la visión de Albert Camus: “il n'y a qu'un problème
philosophique vraiment sérieux: c'est le suicide. Juger que la vie vaut ou ne
vaut pas la peine d'être vécue, c'est répondre à la question fondamentale de la
philosophie”. Encontrar el sentido a la vida, he aquí la gran tarea del ser
humano.
Casi todos
los pueblos creen en la pervivencia del alma después de la muerte. Hablan de
paraíso, de encarnación o de los antepasados. Están convencidos de que vivir tiene sentido a condición de que la
muerte no sea el final del camino. Ciertamente, si yo estuviese convencido
de que con la muerte se acaba todo, no me importaría adelantar el viaje. La duda sobre la vida después de la muerte
me inyecta la esperanza de seguir viviendo con la ilusión de dilucidar este suspense. Sigo pensando que la vida de un ser humano tiene tres
dimensiones.
La primera dimensión es esta vida que
llevamos en la tierra. Por experiencia propia sabemos que es
una vida frágil, una vida pasajera, una vida caduca. La realidad es que tarde o
temprano nos alcanza a todos la muerte terrenal, la muerte física, la muerte
biológica. Y a veces da la sensación de que todo se acaba.
La segunda dimensión es que los muertos
viven en los corazones de los suyos, en los recuerdos de los vivientes. Por eso recordar es volver a colocar en el corazón, es decir, amar. Y
amar es crear, amar es recrear, en definitiva, amar es dar vida nueva. Como dice Gabriel Marcel, amar a
una persona equivale a decirle: tú no morirás nunca.
La tercera dimensión para quienes creen
en Jesucristo es que los muertos viven en Cristo. Es lo que dice y confirma el apóstol San Pablo. Si morimos en Cristo,
si realmente creemos en su muerte y resurrección, no cabe duda de que viviremos
con él eternamente. Esto se cree o no se cree. Ante la caducidad de esta vida terrenal,
Dios responde con la promesa de una vida eterna. Por eso el cristiano como
Cristo muere para resucitar.
Creo que la muerte no es el final del camino. La muerte es la puerta
necesaria que nos lleva a Dios (o la Unidad Cósmica). Al final de la vida
terrena no está el vació. Al final de la vida terrena no está un túnel sin
salidas como dicen algunas leyendas. Al final de la vida nos espera Jesús con
los brazos abiertos. Al final de la vida nos espera todas aquellas personas con
quienes hemos compartido gozosamente esta vida aquí en la tierra. Al final de
todo, cuando Dios pronuncie el nombre personal de cada uno de nosotros, no
estaremos solos. Estaremos con los nuestros y con Jesús.
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