
La inmigración es consustancial al ser humano. De hecho, la historia de la
humanidad es una crónica de la inmigración de gran parte de los seres humanos.
Según la historia divina, Adam y Eva tuvieron que abandonar el paraíso (expulsados
por Dios) y empezaron a errar a lo largo y ancho de la tierra. La historia
secular confirma que los primeros seres humanos aparecieron en los valles de
Tanzania, y poco a poco fueron expandiéndose por todo el planeta. De modo que nos guste o no, el
ser humano es un inmigrante por naturaleza. Y no inmigra por gusto:
a veces se marcha porque es expulsado de su paraíso, otras veces se marcha por
escasez de recursos disponibles en la zona, otras veces (las pocas) se marcha
porque quiere conocer otros mundos.
Hace muchos años que se viene hablando del mundo como una
aldea global. No cabe duda de que las nuevas tecnologías han
globalizado nuestra cotidianidad, y la noticia de la disponibilidad de recursos
se comparte desde todos los rincones de la tierra. Es evidente que ante la amenaza de
la guerra o del hambre, el ser humano no duda en emprender el camino hacia
donde hay buenas noticias. Personalmente pienso que hay una gran diferencia entre
dejarse matar y morir intentando sobrevivir. Puede que el resultado sea el
mismo en algunos casos (la muerte), pero morir intentando vivir es mejor que
morir pasivamente.
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