Ningún inmigrante empieza su itinerario desde cero. ¡Ojalá fuera así! Porque de esta forma sería más fácil retomar la vida desde donde la dejamos. Por desgracia repensamos nuestro itinerario inmigratorio desde el peso de nuestro pasado. Aquello que dejamos en nuestra tierra natal redimensiona nuestra forma de ser en la tierra de acogida. Incluso para aquellas personas que hemos abandonado nuestras tierras porque se habían convertido en un infierno para nosotros, hay momentos en que nos invade la tristeza al preguntarnos cómo habría sido nuestra vida en la tierra que nos vio nacer.
Con los años he aprendido que ser feliz en la tierra de acogida no depende del éxito material o sentimental que podamos tener; depende de nuestra capacidad de resiliencia, sobreponernos a los estímulos adversos que vamos encontrando a lo largo del camino, levantar el vuelo sin tocar tierra. No enfadarse cuando algún malnacido (o bienparido según sus criterios) te recuerde insistentemente que no eres de aquí aunque lleves más de la mitad de tu vida en la tierra de acogida. Sonreír cuando alguien te diga que hablas la lengua tan bien como los nativos.
Personalmente pienso que ser nativo o no, no debería ser ningún condicionante para vivir en este mundo. Somos pasajeros de un tren que acaba en el mismo punto de partida: la nada. Eramos la nada antes de nacer y seremos la nada después de morir. Poco importa que haya quienes hablen bien de ti: vivir muriéndose es asunto que cada cual debe resolver en su intimidad. La misma intimidad en que nos encontramos la primera vez que nos enamoramos. Por eso me gusta pensar que para los inmigrantes, la patria natal es como el primer amor que creímos único pero que nunca llegó a buen puerto: un simple recuerdo que nos acompaña todo el resto de nuestra vida. Un amor tan real como irreal que, mal vivido, puede frustrar nuestra felicidad. En cambio, la patria de acogida es como la segunda oportunidad que tenemos para enamorarnos y casarnos. La auténtica patria es aquel lugar donde realizamos nuestros sueños.
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