lunes, 20 de abril de 2020

P. ANTONIO VÁZQUEZ, MERCEDARIO (1925-20/04/2020)

Me acuerdo que esa mañana salimos de Salamanca hacia Villafranca de los Caballeros (Toledo) para asistir al entierro de la madre de un compañero de Comunidad. Mari Carmen (que en paz descanse), nos preparó unos filetes para comer durante el camino. En la mochila teníamos dos barras de pan, filetes, servilletas, refrescos y agua. El P. Antonio añadió unas latas de sardinas porque siempre que podía, evitaba comer carne. Paramos en las colinas de Ávila para comer entre pinos. Fue cuando nos dimos cuenta que no habíamos traído ni un abridor de latas, ni un cuchillo. ¡El P. Antonio abrió las latas con una piedra! Doctor en Psicología, Decano de la Facultad de Psicología de la Universidad Pontificia de Salamanca, consejero espiritual de muchos sacerdotes y Superior de Comunidad. Toda una eminencia intelectual abriendo latas de sardinas con una piedra.

Del P. Antonio y sus chistes de “Jaimito” (que el P. Manuel, en paz descanse, no lograba captar), puedo hablar durante horas y horas sin parar. Esta mañana cuando leí lo que nuestro compañero Xavier Pikaza escribe sobre él, se lo envié a otro hermano que se encuentra en Burundi, y éste me hizo una observación: Pikaza olvidó mencionar “dos aspectos importantísimos o digamos tres: la pesca, las castañas y la colección de piedras de valor y de insectos. Pikaza se ha ido por los libros hasta olvidarse de que gozaba de la vida como es”. Pierre dando siempre en el clavo. Efectivamente, el P. Antonio se sentía orgulloso de la colección de sus piedras, y te podía explicar los detalles de las piedras durante horas y horas.

Al P. Antonio le gustaba hablar. Cuentan las leyendas que, una noche, los estudiantes le dejaron en el salón hablando con su hermano el P. Lois y los encontraron al día siguiente debatiendo todavía sobre Santa Teresa.

El P. Antonio introdujo la informática en la Comunidad de Salamanca. Y nos explicaba a todos cómo manejar ese invento, en 1995. Cuando yo estaba redactando mi trabajo de fin de carrera me regaló un portátil viejo pero que me sirvió para disertar sobre la Pneumatología bajo la dirección de Xavier Pikaza.

El P. Antonio era divertido. Yo solía quedar con él en Salamanca durante las vacaciones. Después de cenar me acompañaba para ver alguna película. Pero cuando había besos (y no digamos sexo), me pasaba un periódico y él se quedaba con otro, y así no veíamos las escenas de "alta tensión".

El P. Antonio era amigo de los animales (con él aprendí algo de Etología) y me ayudó a enterrar a Titán (uno delos perros que teníamos en la Comunidad). Gorbí se escapó, Titán se deprimió y murió de pena. Mientras preparaba el hoyo en el jardín, el P. Antonio me preguntaba si yo pensaba si había un cielo para los “animalitos”.

Cinco años conviviendo juntos dan para muchas anécdotas. Y cada persona que le ha conocido tiene una anécdota para contar. Espero ansioso un libro sobre su vida. Tengo el honor de haber publicado un artículo en un libro coordinado por él sobre “50 años de la Comunidad de Vera Cruz” en Salamanca y tengo el honor de haber compartido uvas con él y con Pierre.

El P. Antonio era despistado. Muy despistado. Un día que nos llevaba a la Universidad, fue a parar detrás de unos coches aparcados en doble fila y nos preguntaba porqué no se movían. “P. Antonio, están en doble fila”. “Ah, sí. Es verdad”. Pero no se despistó en la bondad. No creo que se haya despistado en el camino hacia el Padre. Allí se habrá encontrado con el P. Vicente, Sagrario, Mari Carmen, Rosi y el P. Manuel. Precisamente la última vez que le vi fue en la capilla ardiente del P. Manuel en Salamancay me insistía que no me alejara nunca del convento, que la Comunidad de Salamanca seguía siendo mi casa. Si hay alguien tan grande que siempre me ha respetado, ése es el P. Antonio. En lo que sé, el P. Antonio fue un hombre bueno, que se ha marchado hacia el Padre empujado por la COVID-19. ¡Descanse en Paz!
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