Los pueblos negroafricanos están marcados fundamentalmente por su encuentro con el hombre blanco a través de la trata de los negros, la colonización y el neocolonialismo.
Es cierto que la esclavitud y la servidumbre personal son instituciones conocidas universalmente y en casi todas las épocas. Pero el caso de que toda una raza negra fuera considerada como inferior a la raza blanca, se le condenaran a la esclavitud antropológica a través de su negación del ser, de los trabajos forzosos al servicio de los blancos, es un fenómeno especial. Es una herida que todavía sigue abierta en muchos pueblos africanos, y una humillación que condicionan su relación con las demás razas.
Los historiadores afirman que el número de negros comprados como maderas y llevados al continente americano para su explotación es espectacular. Desde el principio del siglo XVI hasta hace tan sólo 100 años, “entre diez y quince millones de africanos fueron sacados por la fuerza de África. A este tráfico occidental hay que añadir una cantidad semejante, o aún mayor, que los árabes sacaron por las costas orientales”(leer los libros de J. Cortés López). En América, la esclavitud de los indios fue rechazada por razones doctrinales, aunque ello no impedía su trabajo forzoso al servicio de los europeos. En cambio, la trata de los negros era legal, incluso a los ojos de los religiosos. De hecho, algunas congregaciones religiosas tuvieron esclavos negros. Incluso cuando en el siglo XIX, “los misioneros pasaron a ser los protagonistas de la lucha antiesclavitud, todavía permanecía en su subconsciente, la imagen de los “africanos subhumanos” que infectaba las relaciones euroafricanas como un virus” (Leer los estudios de J. Baur).
En la Conferencia de Berlín (1884-1885), los países europeos reunidos bajo pretextos humanitarios y antiesclavistas asentaron las bases “legales” para reemplazar la trata de negros por su colonización (leer los estudios de M. Unciti). Para justificar esta decisión político-económica, los políticos europeos se dotaron de una ideología propia basada en varios argumentos: “atraso moral del indígena, mala explotación de las tierras, derecho de protección al débil, deber de la civilización, derecho al libre comercio y circulación, etc. Una vez que se justificó la presencia se invocaron los títulos de ocupación que suelen resumirse en tres: cesión contractual, adquisición mediante guerra justa e interés superior por la paz.” (J. Cortés López). Según Baur, “a los ojos de la Europa colonizadora, los africanos eran salvajes a los que había que civilizar, hijos malditos de Cam a los que había que salvar, niños grandotes a los que había que educar. Para ellos no existía una cultura africana, sólo costumbres tribales; ni tampoco religión, sólo supersticiones estúpidas y cultos diabólicos. Nada le quedaba al africano de lo que pudiese sentirse orgulloso. Fue estigmatizado con un complejo de inferioridad. Ante sus amos europeos, la servidumbre era su mayor virtud”.
Las ambiciones colonizadoras europeas configuraron la sociedad africana sin tener en cuenta los límites que los propios africanos han establecido en sus territorios. Así, los europeos rompieron los moldes tradicionales y condujeron a África hacia la pérdida de su identidad antropológica. Las políticas colonialistas, tan alejadas de los verdaderos intereses de los africanos y de los intereses de sus culturas milenarias o seculares, están en la base de los conflictos étnicos que, de tiempo en tiempo, sacuden a las naciones africanas desde su acceso a la “independencia” (M. Unciti).
En sus últimos trabajos, el africanista español, Gerardo González Calvo, denuncia que “los pueblos de África vuelven a sufrir en sus carnes una nueva esclavitud, más sutil pero no por eso menos dramático, que la padecida entre los siglos XVI y XIX”. Según este Director de una de las revistas más prestigiosas sobre la información y la documentación africana, Mundo Negro, “se vuelve a caer en la trampa del ser superior, porque el blanco occidental se sigue presentando como el hombre eficaz y defensor a ultranza de la humanidad doliente. Para ello sigue apareciendo como modelo de referencia, como el rico que sale al encuentro del pobre para darle parte de su riqueza, aunque se trate sólo de unas migajas que no alteran ni el ritmo de vida, ni el inmoderado consumo que mueve la implacable rueda de la producción”. Pero la verdad es que los negroafricanos siguen estando excluidos de los cenáculos en los que se reparten los poderes y las riquezas de su continente (leelr los estudios de E. Mveng). Esta situación ha sido calificada por E. Mveng de “pobreza antropológica”. En efecto, “África es el único lugar donde la pobreza no constituye un fenómeno socioeconómico. Es la condición humana, en su raíz profunda, la que se ha visto tarada, traumatizada, empobrecida. La pobreza africana es una pobreza antropológica. Entre nosotros, la condición humana es una condición de precariedad, de endeblez. (...) Esta situación abarca al hombre, a todo hombre, a todos los hombres, a todos los niveles”.
En otro estudio, Mveng vuelve a insistir en esta idea: cuando el ser humano está privado no ya sólo de los bienes de orden material, espiritual, moral, intelectual, cultural o sociológica, sino de todo lo que constituye el fundamento de su ser en el mundo y de la especificidad de su “ipseidad” en cuanto individuo; cuando el ser humano está privado de su identidad, de su dignidad, de libertad, de su pensamiento, de su historia, de su lengua, de su universo de fe y de su creatividad profunda, de todos sus derechos, de sus esperanzas, de sus ambiciones, incluso de su manera de amar y de existir; cuando se ve privado de todo esto, cae en un tipo de pobreza que no tiene que ver sólo con los bienes exteriores o inferiores, sino con el ser, con la esencia, con la dignidad misma de la persona humana: esta pobreza es una pobreza antropológica. Se trata de una indigencia del ser heredada de siglos de esclavitud, de colonización y neocolonialismo, que ha excluido los pueblos negroafricanos de la historia y del mapa del mundo (Cfr. Cfr. MVENG, E., “Pauperización y liberación. Acercamiento teológico respecto a África y al Tercer Mundo”, en ROSINO GIBELLINI (ed), Itinerarios de la teología africana (Verbo Divino, Estella 2001) 227-242, p. 230).
En las condiciones actuales, el hombre negroafricano está despersonalizado: obligado a romper con las raíces históricas de su personalidad (trata de negros y colonización), a vivir aislado y abandonado (neocolonialismo y neocapitalismo), vive apresado por el complejo de inseguridad y de dependencia. Lo que busca es esencialmente la salvación, es decir, la integridad, la seguridad, la perennidad de la vida y de la liberación total y definitiva de las amenazas de la muerte. Por eso, en contextos negroafricanos, “la misión de la religión es liberarnos del reinado de la inseguridad, de la incertidumbre, de la inquietud, o sea, proporcionarnos la seguridad, la certeza y la paz” (E. Mveng).
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