Llevo varios días escuchando las quejas de los radioyentes en tres emisoras nacionales. La mayoría de ellos echan la culpa a ZP de la crisis económica que estamos sufriendo en España y desean ansiosamente el cambio de gobierno para ver si las cosas mejoran.
Creo que tienen razón todos aquellos que creen que ZP ya no inspira confianza ni a los mercados internacionales, ni a los inversores españoles, ni a quienes tienen capacidad para crear empleos. Los próximos meses decidirán el final de la carrera política de ZP o su resurrección. Todo depende del rumbo de la economía. Es injusto que a ZP se le juzgue sólo por sus logros o fracasos económicos, pero con el estómago vacío no se filosofa. No hay victorias sin víctimas.
Son muchos quienes invocan la salvación de los empresarios. Éstos se han convertido en las nuevas hermanas de la caridad, grandes altruistas que invierten su fortuna para que los pobres vivan mejor. Gran error, naturalmente. Las cosas tienen que seguir siendo como siempre han sido: el empresario arriesga su fortuna para tener beneficios, el obrero ofrece sus servicios a cambio de un sueldo.
La relación entre empresario y obrero no se basa ni en la caridad, ni en la compasión. A ambos les une el dinero. Uno quiere que su dinero produzca más dinero, otro quiere que sus servicios le procuren dinero suficiente para vivir. Empresario y obrero se necesitan mutuamente y han de someterse a las leyes de una buena producción. A más producción, más beneficio para todos.
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