El fenómeno de la globalización y el desafío de la movilidad de manos de obras pueden ser una seria amenaza para las identidades culturales. La convivencia de ciudadanos procedentes de pueblos distantes y extraños entre sí ya no es una problemática que sólo atañe a las grandes capitales como Madrid o Barcelona.
Leemos en los medios de comunicación un continuo choque de culturas que se está traduciendo en la regulación prohibitiva a golpes electorales y populares. Lo sorprende es que los legisladores municipales están optando por la prohibición de lo diferente, con aire de superioridad cultural ya que en el escaso diálogo previo al dictamen no aprecian positivamente los argumentos de los diferentes.
Es contraproducente optar por la prohibición sin haber conseguido previamente un mínimo consenso de las partes implicadas porque la inevitabilidad de convivencia de las distintas culturas nos exige sensatez, diálogo y análisis.
En España, en general el conflicto no es tanto cultural como religioso. Los inmigrantes procedentes de países de tradición católica son integrados con más tolerancia que aquellos de tradición musulmana. Por tanto, la conflictividad es fundamentalmente religioso.
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