Hay quienes defienden que el viejo continente camina a la deriva, y que su autodestrucción viene de tiempo atrás, y que el hundimiento económico ha sido simplemente la gota que ha colmado el vaso. Pero, ¿cómo hemos llegado a esta situación? Primero expulsaron la Divinidad de su vida cotidiana. Como pasando de Dios no pasó nada, se decidió pasar de la incómoda Razón y de todas sus hermanastras (Ética, Filosofía, Antropología). Fue entonces cuando apareció el Capital y desde la periferia fue conquistando todos los pueblos occidentales. Incluso los mismos Estados que se consideraban comunistas sucumbieron en sus encantos. Hoy día, quien regula nuestras relaciones interpersonales no son ni las instituciones religiosas, ni las instituciones académicas sino las especulaciones mercantiles. La soberanía del pueblo está en manos de las agencias de calificación y de los inversores bursátiles. En estas circunstancias, los dirigentes políticos no son más que simples servidores de los intereses de los especuladores capitalistas.
Libertad, igualdad, fraternidad, justicia, el pluralismo político, los derechos humanos, el estado de bienestar..., valores vaciados de contenido. Si el fundamento de nuestra vida es el Capital, es normal que estructuremos toda nuestra existencia en torno al Dinero. Resulta lógico repugnar el altruismo, la generosidad y todo aquello que no genere beneficios económicos. Menos mal que todavía hay quienes resisten a los encantos capitalistas y siguen pensando que merece la pena compartir, ayudar, incluso morir un poco para que otros vivan mejor.
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