Tanto cuando tenía un
contacto directo con el templo como ahora que guardo una distancia respetuosa, nunca he cesado de
interrogarme sobre qué significa ir a Misa y qué implica confesarse miembro de
una determinada religión, y llego siempre a la misma conclusión: confesarse seguidor
de una determinada religión no significa nada. Lo que realmente nos
juzga son nuestras obras.
Los terroristas rezan
“piadosamente” antes de inmolarse matando a muchos inocentes. Al parecer Bush
meditaba versículos bíblicos mientras ordenaba la destrucción masiva del pueblo
iraquí. Si él no ha autorizado la tortura en Guantánamo, al menos lo ha
consentido expresamente. A veces el demonio actúa dentro del mismo templo disfrazado
de un responsable religioso.
EN LA CATEDRAL VIEJA DE SALAMANCA |
He conocido señoras
mayores que no faltan nunca a Misa. Con sus abrigos de lujo y su “beatismo”
invertido, no eran capaces de mirar a la cara de indigentes que se agolpaban a
la salida del templo. Su limosna consistía en tirarles una moneda sin ni
siquiera mirarles a los ojos. Hay curas que elogian la virginidad y la fidelidad
matrimonial mientras todo el mundo sabe que van dejando queridas a su paso. Hay obispos que
mandan los gays al infierno mientras su apego afectivo a los mancebos guaperas
que frecuentan los seminarios es un secreto a voces en el presbiterado.
Un engaño masivo. Por eso cuando alguien me dice que es creyente me entra una
risa.
Cuando alguien me dice
que ayuna en semana santa o durante el ramadán le contesto en voz off (por
respeto): “¿a mí qué cojones me importa? Puedes ayunar o rezar y seguir siendo
un cabronazo de mucho cuidado”. Puedes ir a misa y confesar públicamente que tienes creencias
profundamente cristianas mientras firmas el desamparo sanitario de los
inmigrantes. Creer o no creer en Dios no me dice nada: lo que
realmente importa son nuestras obras. Si nuestro comportamiento es humanista,
entonces estaremos más cerca de Dios aunque comamos carne el viernes santo o
despachemos un cocido madrileño a mediodía de un mes de ramadán.
Cuando visité Salamanca
me quedé sorprendido por un cuadro que hay en la catedral vieja que muestra la
imagen de un obispo bajando al infierno. Ese pintor me hizo pensar sobre lo que
dijo Jesús de Nazaret: “por sus obras los conoceréis”. Alguien que condena a otro
ser humano a muerte no puede creer más que en el demonio (que existe). Es una perversión que
alguien que niega asistencia sanitaria a otro ser humano pueda ponerse de
rodillas ante el Santísimo. En el momento en que consideramos que
algunos seres humanos son ilegales nos estaremos colocando al margen de las
creencias religiosas, nos guste o no nos guste.
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