domingo, 2 de septiembre de 2012

Obras son amores

Tanto cuando tenía un contacto directo con el templo como ahora que guardo una distancia respetuosa, nunca he cesado de interrogarme sobre qué significa ir a Misa y qué implica confesarse miembro de una determinada religión, y llego siempre a la misma conclusión: confesarse seguidor de una determinada religión no significa nada. Lo que realmente nos juzga son nuestras obras.
Los terroristas rezan “piadosamente” antes de inmolarse matando a muchos inocentes. Al parecer Bush meditaba versículos bíblicos mientras ordenaba la destrucción masiva del pueblo iraquí. Si él no ha autorizado la tortura en Guantánamo, al menos lo ha consentido expresamente. A veces el demonio actúa dentro del mismo templo disfrazado de un responsable religioso.
EN LA CATEDRAL VIEJA DE SALAMANCA
He conocido señoras mayores que no faltan nunca a Misa. Con sus abrigos de lujo y su “beatismo” invertido, no eran capaces de mirar a la cara de indigentes que se agolpaban a la salida del templo. Su limosna consistía en tirarles una moneda sin ni siquiera mirarles a los ojos. Hay curas que elogian la virginidad y la fidelidad matrimonial mientras todo el mundo sabe que van dejando queridas a su paso. Hay obispos que mandan los gays al infierno mientras su apego afectivo a los mancebos guaperas que frecuentan los seminarios es un secreto a voces en el presbiterado. Un engaño masivo. Por eso cuando alguien me dice que es creyente me entra una risa.
Cuando alguien me dice que ayuna en semana santa o durante el ramadán le contesto en voz off (por respeto): “¿a mí qué cojones me importa? Puedes ayunar o rezar y seguir siendo un cabronazo de mucho cuidado”. Puedes ir a misa y confesar públicamente que tienes creencias profundamente cristianas mientras firmas el desamparo sanitario de los inmigrantes. Creer o no creer en Dios no me dice nada: lo que realmente importa son nuestras obras. Si nuestro comportamiento es humanista, entonces estaremos más cerca de Dios aunque comamos carne el viernes santo o despachemos un cocido madrileño a mediodía de un mes de ramadán.
Cuando visité Salamanca me quedé sorprendido por un cuadro que hay en la catedral vieja que muestra la imagen de un obispo bajando al infierno. Ese pintor me hizo pensar sobre lo que dijo Jesús de Nazaret: “por sus obras los conoceréis”. Alguien que condena a otro ser humano a muerte no puede creer más que en el demonio (que existe). Es una perversión que alguien que niega asistencia sanitaria a otro ser humano pueda ponerse de rodillas ante el Santísimo. En el momento en que consideramos que algunos seres humanos son ilegales nos estaremos colocando al margen de las creencias religiosas, nos guste o no nos guste.

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