“Yo soy socialista si me dais un
cargo. Y si me quitáis el cargo, dejo de
ser socialista y me borro del PSOE”. Pareciera que algunos se afilian al partido con la
condición de acceder a un cargo, no porque sientan la ideología de
dicho partido. Deplorable. Por eso cuando pierden, se cogen un berrinche y se
piran, no con discreción, sino echando espumas por la boca. ¿Y qué pasa con
los militantes de base, que pagan gustosamente su cuota y no esperan nada más
que la defensa pública de sus ideas prácticas? ¿Qué pasa cuando uno
se convierte en “el facha” o en “el rojo” de la familia, pero sigue militando
sin esperar cargo ni enchufe? Si todo el militante que se cabrea por no conseguir
beneficios propios se pirara, sólo los diputados y senadores se fotografiarían
con sus carnés de militancia. Amor al partido implica sacrificio, silencio
público cuando se discrepa, humildad cuando se accede al cargo electo y
abandono del partido cuando ya no se siente entusiasmo por la forma de defender
sus ideas. Todo desde el compañerismo, procurando lavar los trapos sucios en
intimidad.
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