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Rwanda, 1994 |
Las Facultades de Filosofía están cerrando sus puertas porque
“no sirven para nada”. En realidad siguen el mismo camino que las Facultades de
Teología. Próximamente les tocará el cierre a las Facultades de Ciencias
Humanas porque este mundo globalizado sólo necesita expertos en la robótica y
ciencias exactas como las Matemáticas. Sin embargo, una simple mirada al vecindario nos hace
sospechar que necesitamos expertos en Psicología porque el patio mental está
desordenado. Proliferan las espiritualidades light que no hacen más
que socavar las mentes debilitadas y oprimidas por el agobio existencial. Y así
empieza el último tramo de la existencia consciente con la búsqueda del alivio espiritual en casas de
charlatanes sin formación académica, los últimos iluminados que se
preocupan más por la cantidad de seguidores en sus canales de Youtube que por
su calidad sanativa, y que finalmente acaban rematando la faena de un vagabundo
espiritual. Es curioso constatar que, incluso los bien formados en
ciencias exactas, acaban atrapados en las redes de los iluminados, gastando sus
fortunas para financiar los nuevos misioneros de la mística cósmica, para,
finalmente, acabar acudiendo a un consultorio psicológico o a un confesionario
tradicional. Pero, ¿cómo hemos llegado
hasta aquí?
Los amos del mundo creen firmemente que es sumamente rentable construir sobre la ruina.
Es más fácil pescar en un río revuelto. El caos controlado es su centro operacional. Este
plan maquiavélico no es de ayer. Es un proceso lento que comenzó con la destrucción de Dios
(“Dios ha muerto”, proclamaron públicamente), la ridiculización de la Razón (los
filósofos no sirven para nada) y la exaltación del Capital (el dinero como garante de
la felicidad). Cuando parecía que habíamos entrado en la pista de la felicidad,
los amos del mundo desorganizaron el sector financiero mundial, hundieron las
economías de países como Italia, Grecia, España y Portugal y no se atrevieron a
ir más porque la indignación estaba llegando al centro de sus operaciones en
Wall Street y en Bruselas. El pueblo hambriento estaba dispuesto a saquear los palacios
de los amos, como antaño. Recuerden la cantidad de las
manifestaciones en el centro de Madrid, desde 2007. Incluso uno de los últimos
ministros del Interior, ultraconservador y de misa diaria, llegó a comprar más
materiales para los antidisturbios porque había que aplastar la chusma, los “perros
flautas” como diría la madre de las mamandurrias en Madrid.
¿Por qué ha
vuelto la calma? Por
el miedo a la guillotina. Nadie estaba dispuesto a pasar hambre mientras en los
palacios tiran la comida a la basura. Los franceses empezaban a recordar que para solucionar sus
problemas con los abusones, el recurso a la guillotina era el más eficaz.
Cuando los manifestantes empezaron a perseguir a sus mandamases por la calle,
éstos entendieron que sus vidas estaban en peligro y empezaron a soltar migajas.
Aún vivimos de las migajas, con la soga apretando pero sin ahogar. Pero la calma no es
real: nos han metido el miedo en el cuerpo porque hay unos desalmados que han
salido de la nada para atentar contra nuestras vidas. Ahora sí que
la chusma la ha cagado: ha entregado su seguridad a los amos que lo único que
desean es pescar en aguas revueltas. Estamos dispuestos a sacrificar nuestras
libertadas, incluso nuestras vidas en nombre de la seguridad porque en frente
están unos desalmados que están dispuestos a sacrificar sus vidas en nombre de
la divinidad. Pero al final, ellos y nosotros somos la chusma. Ellos siguen los
sermones de los amos que habitan en los palacios de oro, beben champagne en sus
aviones privadas y llevan un ejército de guardaespaldas; nosotros seguimos las órdenes
que se firman en los palacios presidenciales bien protegidos por los cuerpos de
élite. Curiosamente,
los palacios de aquí y los de allá se comunican al segundo. Pero los desalmados
de allá y los pacíficos de aquí nos miramos de reojo. Ellos acaban reducidos a trozos de carnes,
igual que nosotros. Porque ellos y nosotros pertenecemos a la misma chusma.