Hace unos días, un amigo y yo fuimos a visitar a otro colega nuestro. En el camino fuimos hablando de las ideologías. Me decía que él era del centro-derecha y yo le decía que ese espacio central no existe en política. Ante el matrimonio de los homosexuales, el aborto, la eutanasia, el racismo, la tolerancia, la paz, la avaricia, etc, cabe rechazo o aceptación. No sirven las medias tintas. Ante los temas fundamentales de la vida no cabe quedarse bien con todo el mundo. El espacio “light” es infantil. Los mayores toman partido en los temas decisivos. Por supuesto que no nos pusimos de acuerdo.
Conté esta conversación a otro amigo mío que es sacerdote. Al final terminamos hablando de conservadores y progresistas. Uno se autoproclama conservador pero no dice qué valores conserva y qué valores rechaza. Otro se confiesa progresista pero no aclara qué valores le repugna y qué valores quiere resaltar. Cuando un responsable religioso asegura que es conservador debería estar afirmando que vive de acuerdo con los valores Jesús: un hombre bueno, que perdona a los pecadores, que no condena a nadie, que siempre tiende la mano a ladrones y prostitutas, que pone los bienes materiales al servicio de los demás, que no le preocupa el qué dirán, y que muere para que otros vivan mejor. Estando de acuerdo con estas observaciones, mi amigo huía de la coherencia que tiene que haber entre la fe y el estilo de vida. Estaba de acuerdo conmigo en que algunos sacerdotes conservadores llevan un estilo de vida que nada tiene qué ver con Jesús. Pero me decía que ellos son portavoces del papa, y que no son responsables de las enseñanzas de la autoridad eclesiástica. Me decía que se siente como un diputado que tiene que seguir la disciplina del partido y que muchas veces vota leyes que no le convencen: “ni yo puedo ir en contra de las enseñanzas de la iglesia, ni el diputado puede ir en contra de la doctrina de su partido”. “Entonces, ¿sois marionetas?”, le pregunté. Me miró, se rió y no dijo nada. Si no fuera mi amigo le hubiera llamado hipócrita. Pero sí que le dije que esa forma de pensar y de comportarse hace que huyamos de la iglesia y de la política.
Ser conservador es conservar ciertos valores. Quien se proclama conservador debería tener muy claro qué valores conserva, y qué valores rechaza. Hace tiempo me decía una amiga que ciertas personas de su entorno familiar son miembros de un sector que se autoproclama conservador dentro de la iglesia católica. Según mi amiga, estos conservadores no entienden cómo ella puede trabajar con los inmigrantes, y se escandalizan cuando les cuenta que algunos “sin techos” han estado sentados en el sofá de su casa. Yo le consuelo diciéndole que en el infierno hay plazas para todos. Le digo que me troncho de risas cuando alguien me dice que es de derecha o de izquierda, conservador o progresista. Lo que realmente importa es que los seres humanos sean humanos, buena gente.
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