Parecía convencer. De hecho era el único que no se contradecía. Su discurso no admitía matices. El sillón presidencial estaba en sus manos. Pero lo que nadie intuía es que la crisis económica iba desgastando tanto al gobierno como a la oposición. En realidad toda la sociedad española estaba sufriendo la crisis económica. Por eso todo el mundo tenía que mojarse. Hablar en nombre de 4 millones de parados ya no era suficiente. Salvadores ha habido muchos, pero sólo unos pocos no se salpicaron con su propio guiso.
Poco a poco se le iba notando su estrategia: esperar que su adversario se ahogue completamente. Este fue su error. Era tan humano que no quiso aprender de los animales. Cuando son de la misma especie, no suele ahogar a sus víctimas. Siempre les ofrecen la oportunidad de respirar para no quedar mal delante de los espectadores. Él, nuestro político, no dejo que su contrincante se defendiera. Y eso no le gustó a sus votantes. No puedes exigir rectificar sin dar oportunidad a que se cuestione tus propuestas porque todo el mundo reconoce la infalibilidad de todas las políticas. Y a la larga la gente descubre tus ansías de poder y te manda reciclarte.
Cada vez que le preguntaba por las ocurrencias del día de aquellos que parecían simpatizar con su partido contestaba que no era el momento o que no tenía conocimientos de esas ocurrencias. No se mojaba para nada. Nadie sabía si subía o bajaba. Esquivaba como podía todas las preguntas incómodas. Había elegido un solo adversario y estaba decidido a derrotarlo. Pero ya no convencía. Incluso algunos de los suyos ya no le tragaban. Pero él no estaba dispuesto a entregar las llaves de Moncloa a nadie. Había soñado con ellas desde su época de vicepresidente. Ahora la crisis se lo estaba poniendo a huevos. Era cuestión de tiempo. Tarde o temprano el gobierno se ahogaría en sus intentos de superar la crisis.
Hay un asunto que nuestro político no entendía. Le extrañaba que no hubiera malestar social generalizado. No entendía porqué los parados no eran capaces de colapsar el país. Igual era la conspiración socialista o el espíritu español. Porque a parte de Portugal todos los vecinos habían girado a la derecha. Por eso nuestro candidato empezaba a sospechar que tal vez no convencía. Que las sonrisas de victoria de sus colaboradores no conectaban con sus votantes. Que muchos obreros no confiaban en él. Él lo sabía. Por eso pensaba que tenían lo que merecía: el desempleo.
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