El nuevo secretario general del PSOE aboga por la
inclusión de los inmigrantes en las listas electorales municipales. Nunca es
tarde si la dicha es buena. Obama, con un padre africano, es presidente de una
de las potencias mundiales. Cécile Kyenge, congoleña nacionalizada italiana, ha
sido ministra en el gobierno italiano. Karamba,
senegalés nacionalizado alemán,
ocupa un escaño socialista en la Bundestag. Provoca sonrojo que en España no tengamos
ningún inmigrante en los cargos políticos, a pesar de la siempre invocada “hermandad
iberoamericana”. Si Pedro Sánchez favorece la participación activa de los
inmigrantes en la gestión de los recursos municipales, sin duda será una idea
revolucionaria en nuestra España.
Conviene recordar a las mentes más conservadoras que
optar por la inmigración no es ni
capricho ni aventura y que todo el mundo es un inmigrante en potencia. Hoy en
día sólo unos pocos afortunados nacen, viven y mueren en su pueblo natal. El
resto inmigramos hacia la capital, hacia otra comunidad autónoma, hacia otro
país o hacia otro continente. Nuestra patria es aquella tierra que nos ofrezca
una mejor oportunidad socioeconómica para vivir dignamente.
Generalmente huimos de nuestras tierras natales por
motivos bélicos y socioeconómicos. Personalmente no conozco a nadie que haya
inmigrado por motivos románticos. Al contrario, muchas veces tenemos que elegir
dramáticamente entre nuestra familia y nuestro futuro, y siempre tenemos el
corazón apenado por muy bien que nos vaya en la tierra prometida. Algo perdemos
cuando inmigramos.
Normalmente los inmigrantes procuran llevar una vida
lo más discreto posible, esquivando focos y puñetazos de políticos demagogos
que pretenden pescar en aguas revueltas extendiendo el mal comportamiento de
unos a todos los inmigrantes. Ante discursos fáciles que pretenden enfrentar a
nativos e inmigrantes, sobre todo en época de crisis económica, debemos
promover una convivencia pacífica entre todos los ciudadanos, un control de
frontera que no ponga en peligro la vida de nadie y evitar azuzar conflictos
bélicos en los llamados países del tercer mundo.
El discurso socialista sobre la inmigración
debe girar en torno a dos ejes principales: la integración y la cooperación
internacional. Los que están aquí deben ser integrados plenamente
en nuestra sociedad, los que siguen allí deben ser ayudados para que no tengan
que inmigrar.
La integración de los inmigrantes nos beneficia a
todos. Los
inmigrantes deben respetar escrupulosamente los usos y costumbres de los países
de acogida, y los nativos deben facilitar el uso y disfrute de los bienes
comunes a los inmigrantes que, con su sudor, pagan sus impuestos directos e
indirectos. Si todos contribuimos a la construcción de España, ¿por
qué no vamos a poder disfrutar del fruto de nuestro trabajo en igualdad de
condiciones? ¿O acaso nacer en un país es un derecho?
Para luchar eficazmente contra los éxodos masivos de
seres humanos, debemos colaborar en el desarrollo socioeconómico de los pueblos
pobres. Si tenemos en cuenta que la mayoría de los inmigrantes negroafricanos
vienen a Occidente huyendo de los conflictos bélicos, parece lógico que la
mejor forma de frenar su inmigración sea fomentar la paz en sus pueblos de
origen.
Todo el mundo sabe que la mayoría de los conflictos negroafricanos se
preparan en Europa, se ejecutan gracias a la colaboración activa de países occidentales y benefician
económicamente a las empresas occidentales. Ningún experto en temas africanos puede negar que los beneficios de las guerras africanas son
aprovechados por las empresas occidentales: venta de armas, saqueo del
subsuelo, vaciamiento de los pozos petróleos, etc. Los ejemplos más
recientes son Angola, Costa de Marfil, Sierra Leona, Centroáfrica, Mali, Congo
y Libia. Así pues, si queremos controlar la inmigración africana debemos evitar
financiar las guerras en África. Misión casi imposible porque la economía
occidental se nutre fundamentalmente de la fabricación y venta de armas.
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