En la figura de Moisés se condensa,
para mí, todas las combinaciones posibles de los poderosos. No sólo en sus manos está la ley (diez mandamientos),
sino que es el único ser humano que ha visto el rostro del mismísimo autor de la
ley (Yahvé). Su especial nacimiento, su educación en la corte real, su traición
al rey Faraón, su opción por el más fuerte, su imposición a sus hermanos
hebreos, el origen divino de su autoridad, su función de guía y liberador, su
forma de atar los entresijos del poder ante su inminente incapacidad física y
su dulce muerte le convierte en el sueño de cualquier aspirante al poder.
Por mucho que nos rebelemos contra
el poder, o al menos contra algunas formas de ejercerlo, necesitamos personas
capacitadas para llevar a cabo obras de tenacidad y de reflexión. Normalmente ejerce el poder el más fuerte, el mejor
cazador, el mejor guerrero, el más inteligente, el que ha sido elegido o el
heredero. Y lo ejerce con autoridad invocada,
autoridad necesitada o autoridad creída por sus súbditos. De ahí que sea
necesario que el poder sea creíble e invocado para conservarse. Se podría decir
que:
1-El poder se recrea y se revitaliza
en las fuerzas armadas y en la ideología. En algunas
comunidades, ambos poderes van unidos. Pero cuando se distancian, su poder es
opresor. Cuando conviven pacíficamente, la ideología mantiene en orden a sus
seguidores, y las fuerzas armadas hacen lo mismo con los escépticos o
extraviados. La ideología sola no es capaz de mantener el orden; las fuerzas
armadas solas no son capaces de satisfacer las ansías de libertad condicionada
a la que aspiramos todos los seres humanos.
2-Todo poder implica en los
súbditos una “servidumbre voluntaria”. Ningún poder
perduraría si no contase con el consentimiento de la mayor parte de sus
súbditos. Cuando el poder se estructura basándose en la sumisión, las
conciencias permanecen libres, y poco a poco se va fortaleciendo hasta
convertirse en inquebrantable. El grupo sometido es poco maduro, poco creativo,
poco vital y poco personalizador. Y la gente aterrorizada no toma iniciativas
ni asume responsabilidades.
3-Las auténticas relaciones
igualitarias no duran mucho tiempo. El factor “tensión” presente
directa o indirectamente en cualquier relación tiende a desequilibrar las
relaciones interpersonales, para bien o para mal. Y quien gana, digan lo que
digan los románticos, es quien posee el poder, la capacidad de hacer y deshacer
sin previa consulta. Tal vez éste sea el poder llevado a sus límites
demoníacos, pero es cierto que cualquier poderoso siente la necesidad de
concederse este capricho.
4-El poder es, en sí mismo, una
estructura de relación dinámica y cambiante que se da en todos los aspectos de la vida humana. En la
relación se genera y se actualiza lo que somos como personas, y lo que hacemos
nos define: lo permitido o lo prohibido, lo conveniente o lo inadecuado nos va
configurando en el tiempo y en el espacio. En estas relaciones, nos vamos
definiendo como débiles o fuertes, como sometidos o sometidores: vamos
asumiendo los papeles que nos corresponden en el entramado de las relaciones.
5-El poderoso no pertenece al
común de los mortales. El poder satisface las necesidades
ocultas o manifiestas de depender, de someterse, de recibir de otro
confirmación y apoyo para la propia identidad. Cuando el poderoso inicia su
carrera, está sinceramente convencido de la excelencia de los principios que
defiende (principios claros y objetivos). De hecho el dictador se convence de
que es imprescindible al pensar que sus súbditos son, en realidad, incapaces de
gobernarse.
6-¿Cómo se conoce al poderoso? Poderoso es aquel al que se le pregunta ansiosamente:
“¿Señor, qué quieres que yo haga?”. No necesariamente tiene que ocupar el
máximo puesto en la organización. Tampoco tiene que ser el responsable último
de las decisiones. Poderoso es aquel que da esperanza a los administradores,
moviliza a muchos otros compañeros, y es objeto de identificación.