La primera tentación del poderoso es concederse un
capricho.
Él cree que lo puede, y sus súbditos creen que se lo merece.
La segunda tentación del poderoso es perpetuarse en
el poder.
Si bien en teoría nadie tiene derecho a un cargo en la organización, en la
práctica, el hecho de que uno haya desempeñado un cargo hace que él mismo y los
demás crean que tiene un derecho moral a un cargo en la organización. De ahí
que sea difícil convencer a quien ha ejercido el poder para que retorne a su
antigua ocupación.
Los poderosos actúan, generalmente, según un
esquema común, aprendido, vivido y manifestado en la creatividad particular de
cada uno:
1.-El poderoso no pregunta, ordena: la persona que ostenta el poder no pregunta a
nadie sobre lo que tiene que hacer. Ordena a sus colaboradores para que le
presenten las sugerencias en relación con la realidad. El poderoso no es un
colega, ni un amigo, ni un padrino. Es más que un gestor del bien común de toda
la comunidad sometida a su autoridad. Ahora que el diálogo se ha convertido en
palabra talismán, habría que recordar que el poderoso no dialoga: dialogan sus
colaboradores mientras él escucha y conduce el diálogo. Los colaboradores no tienen
porqué saber lo que piensa el poderoso: su deber es poner a su disposición
elementos, cuantos más mejor, para que él se sienta más cómodo tomando
decisiones. Ahora bien, en más de una ocasión tendrá que colocarse en la
incomodidad y seguir velando por el bien común.
2.-El poderoso es disciplinado: la disciplina es el
principio del orden y del éxito. Si falla, se desajustan las relaciones
interpersonales. El poderoso ha de mantenerse en forma. La disciplina ha de
ser, a la vez, física e interna. Es necesario respetar, a rajatablas, el orden
del día y seguir un programa concreto. Puesto que rara vez el poderoso es
censurado, la autocensura tiene que funcionar al máximo.
3.-El poderoso es un líder: sabe situar el escenario de los
acontecimientos en el tiempo y en el lugar, para, después, actuar desde la
realidad. En principio, el líder se adapta a las circunstancias y no intenta
que las circunstancias se adapten a sus planes. Pero no se deja condicionar por
las circunstancias. En poco tiempo, ha de estar en condiciones de moldear y
actuar sobre el medio, y no viceversa. Toma decisiones e inicia acciones que
cambian las circunstancias. Al líder no se le pide el “cambio adaptativo” para
sobrevivir y mantener las cosas vivas: se le exige un “cambio innovador”,
condición indispensable para lograr el éxito en un mundo en cambios constantes.
Por eso el poderoso tiene que aprender las reglas que rigen el juego y definir
una dirección y construir los cimientos para llevar a cabo un cambio sostenido.
El líder de una organización es el que marca la dirección y la orientación,
coordinando las actividades de los miembros en la consecución de las metas del
grupo. El líder no es un administrador. No se preocupa sólo del funcionamiento
ordenado de su organización: está atento a la marcha de todas las actividades y
trabajos. Finalmente, como líder, el poderoso está en condiciones de introducir
cambios en el escenario. Él es consciente de que ningún cambio es espontáneo.
Cuando se lee bien las situaciones previas al accidente, es cuando se comprende
su evitabilidad. Se ve venir. Por eso decimos que el cambio es un proceso
continuo y dinámico que las personas deben comprender y aceptar. El líder
mantiene el delicado equilibrio entre la estabilidad de la estructura del grupo
y la cambiante iniciativa individual.
4.-El poderoso no aspira a ser recordado: quien aspira a ser recordado no está en
condiciones de ejercer su poder. En cambio, quien aspira a cumplir sus
funciones es consciente de que el mando no persigue la fama, sino el cumplimiento
de lo impuesto.
Punto
final
Muchos poderosos no saben retirarse a tiempo.
A menudo necesitan un empujón para entrar en el inevitable crepúsculo de todo
ser finito. Aunque los súbditos crean en su perpetualidad, el buen poderoso
sabe ocupar su lugar en cada momento y retirarse antes de un desgaste desprestigioso.
Sobre todo sabe medir sus fuerzas: tarde o temprano el testigo ha de pasar a
los demás.