Como lo local es globalizable, me permito afirmar que los llamados valores tradicionales occidentales están atravesando una profunda crisis. De todas formas se veía venir. Dios fue expulsado por los intelectuales científicos con la intención de que la razón ocupara su sitio. Pero el reinado de la razón duró muy poco. El “carpe diem”, en sus distintas versiones, no tardó en decretar la muerte de la modernidad, el fin de los grandes relatos, la futilidad de las ilusiones y la prohibición de prohibir. Aún así, la situación parecía romántica si no fuera porque los oportunistas empezaron sus conquistas lentas pero letales. Dieron conciencia a las almas que deambulaban pacíficamente en las plazas públicas; predicaron que vivir bien no es ningún pecado; sugirieron que la única aspiración que vale la pena es tener mucho dinero y vivir a pierna suelta. Ahora todos estamos embaucados, con el agua llegándonos al cuello y las facturas desbordando nuestros buzones de correo. Nos damos cuenta que hemos caído en la trampa del consumismo pero no tenemos salidas. Nos escandalizan mil personas acampadas en nuestras plazas públicas reclamando mejoras económicas, pero no nos indignan que cinco millones de parados estén arruinados. Nos parece normal que un político con tres sueldos hable en nombre de los sintechos. Nos parece católico que un Papa prohíba utilizar los preservativos en lugares donde el Sida está arrasando, y no nos indignan que el mismo Papa sea compasivo con sus chicos pederastas porque la sociedad está montada así: trincar lo que sea es lo ideal. Sus cachorros se juntan para prometer la virginidad hasta el matrimonio, pero al día siguiente los servicios de limpieza se escandalizan de tantos preservativos en los cubos de basura. Pareciera que el orgasmo espiritual provoca orgías sexuales.
Es cierto: donde unos bendicen, otros maldicen. España vende piezas para reparar los aviones militares del coronel libio, pero al mes siguiente envía sus pilotos para destruirlos. Estados Unidos se une con Europa para defender al pueblo libio, pero sus barcos militares no socorren a los refugiados libios que mueren ahogados en el mar mientras las cámaras de última generación graban su último suspiro. ¿Qué más da? ¿Alguien se escandaliza por eso? Somos Occidente, “el puto amo del mundo” como diría el otro. Al enemigo de Estados Unidos se le pega un tiro y se le lanza al mar sin juicio. ¿Y qué hacer con el enemigo del pueblo árabe? ¿Qué hizo Alemania con Hitler? Reírle las gracias hasta que se vio de rodillas, bebiendo sangre humana en vaso de diamantes. ¿Qué hace España con los cachorros hitlerianos que están naciendo en todos los sitios? Nada. El derecho de expresión pareciera ser más importante que el derecho a la vida. Además en Occidente tenemos lágrimas suficientes para derramar cuando el racismo empiece a dinamitar algunos pueblos catalanes.
Al final tendré que dar razón a quienes creen que los dirigentes occidentales son oportunistas, y que la civilización occidental es profundamente hipócrita, violenta, anti-humana. Tiene facilidad para afirmar una cosa y negarla al mismo tiempo. Trafica con seres humanos para abolirlo después (trata de negros). Provoca guerras mundiales para montar, después, la organización de las naciones unidas. Forma militarmente a Bin Laden o a Sadam Hussein, para eliminarlos después. Recibe al coronel libio en sus palacios para, llegado el momento, cargarse a dos de sus hijos. Construye una escuela infantil en una aldea congoleña para que sea destruida, meses después, con una bomba fabricada por ellos mismos. Eso sí, es necesario que en la escuela haya alumnos para que pueda ser destruida. Lo malo para Occidente debe ser lo malo para todo el mundo. Sin embargo, a mi me cuesta diferenciar las actuaciones policiales de Egipto de las actuaciones de los mossos en Catulanya contra los indignados del 15 M. Lo nuestro es bueno, lo de ellos es malo. Así, los llamados valores tradicionales occidentales seguirán atravesando una profunda crisis. En términos eclesiásticos, quienes necesitan evangelización no son los pobres de Santo Domingo sino los dirigentes occidentales. Por eso algunos dicen que es un insulto a la inteligencia el hecho de que haya quienes pretenden universalizar los valores occidentales. Acepto la autocritica. Como diría Bob Marley, “Occidente es un mundo de ratas”, un mundo de lujos y miserias; de limusinas con gente pidiendo limosnas, de rascacielos y sintechos que duermen en los cajeros de bancos; de palacios municipales en Cibeles y chabolas en Entrevías (Madrid), de una dirigente castellanomanchega con tres sueldos y cinco millones de parados. ¡Sobran motivos para indignarse!