miércoles, 13 de noviembre de 2013

La violencia legal en España



imagen de google.es
1.-El policía persigue violentamente a los médicos que se manifiestan por las calles de Madrid exigiendo al gobierno de Rajoy que no desmantele la sanidad pública. Al día siguiente, el mismo policía antidisturbios acude desesperado con su hijo a Urgencias porque no sabe qué le ocurre a su retoño. Adivine quién le atiende. El médico de Urgencias que el día anterior pasó varias horas en el calabozo acusado de atentado contra la autoridad por el simple hecho de preguntar al policía si estaba con el pueblo o contra el pueblo. Uno se pregunta si la policía es mera ejecutora de las decisiones gubernamentales, independientemente de su legalidad moral.

2.-Acababa de dejar su hija en la escuela cuando le requirieron para dispersar a profesores y estudiantes de Bachillerato que se manifestaban por La Gran Vía madrileña pidiendo una escuela pública de calidad y bien financiada. Tuvo que sacar su material antidisturbios para dispersar violentamente a los chicos que pretendían ser oídos por el Ministro de la Educación. Los profesores que intentaron mediar fueron detenidos como delincuentes. Y estos “supuestos delincuentes” son ellos quienes se ocupan de su hijo durante más de 8 horas al día. Uno se pregunta porqué ese policía no lleva su hijo a La Moncloa para que sea educado por gente legal a quién debe obediencia ciega.

3.-Una mujer latinoamericana sin residencia legal en España viene de pasear con una anciana por Madrid Río. Le ducha, le prepara la cena, le acuesta y le da un beso de “hasta mañana”. Esta mujer no tiene contrato y cobra en negro. Se acerca a Legazpi para coger el autobús que le lleva al Sur de Madrid donde vive con sus dos hijos menores. Una patrulla de la Policía Nacional que no ha llegado al cupo de las detenciones para cobrar un plus mensual localiza a la mujer en la parada de autobús. La mujer es detenida y conducida al CIE de Aluche para su deportación. El policía que conduce el coche patrulla es el nieto de la anciana que estaba bajo los cuidados de la inmigrante. Uno se pregunta si al día siguiente esta anciana irá de paseo de la mano de la Vicepresidenta, a quién obedece ciegamente el policía.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Día de homenaje a los difuntos


Rwanda, 1994
Todo ser mortal consciente se habrá preguntado, en algún momento de su vida, sobre el sentido de una existencia abocada a la extinción. Nacer para morir sin más, con los dolorosos picotazos de la existencia, sería la mayor condena sinsentido. Para mucha gente, la vida terrenal no es nada agradable en su conjunto: nacen en condiciones infrahumanas, crecen en medios de un sinfín de calamidades y mueren sin atención sanitaria. ¡Las mascotas europeas viven mejor que millones de personas en el mundo! Piénsese en la vida de los inmigrantes que reposan en el Mediterráneo, o en pueblos que están en guerras, en países como Somalia o Sudán donde vivir no tiene, francamente, ningún placer. Yo no encuentro sentido en soportar tanto sufrimiento en vida para acabar desapareciendo como si nada.

 Pocas personas hallan recompensas en su vida terrenal. La mayoría viven juntando los pedazos que el paso del tiempo va desperdigando por doquier. Comparto la visión de Albert Camus: “il n'y a qu'un problème philosophique vraiment sérieux: c'est le suicide. Juger que la vie vaut ou ne vaut pas la peine d'être vécue, c'est répondre à la question fondamentale de la philosophie”. Encontrar el sentido a la vida, he aquí la gran tarea del ser humano.

Casi todos los pueblos creen en la pervivencia del alma después de la muerte. Hablan de paraíso, de encarnación o de los antepasados. Están convencidos de que vivir tiene sentido a condición de que la muerte no sea el final del camino. Ciertamente, si yo estuviese convencido de que con la muerte se acaba todo, no me importaría adelantar el viaje. La duda sobre la vida después de la muerte me inyecta la esperanza de seguir viviendo con la ilusión de dilucidar este suspense. Sigo pensando que la vida de un ser humano tiene tres dimensiones.

La primera dimensión es esta vida que llevamos en la tierra. Por experiencia propia sabemos que es una vida frágil, una vida pasajera, una vida caduca. La realidad es que tarde o temprano nos alcanza a todos la muerte terrenal, la muerte física, la muerte biológica. Y a veces da la sensación de que todo se acaba.

La segunda dimensión es que los muertos viven en los corazones de los suyos, en los recuerdos de los vivientes. Por eso recordar es volver a colocar en el corazón, es decir, amar. Y amar es crear, amar es recrear, en definitiva, amar es dar vida nueva.  Como dice Gabriel Marcel, amar a una persona equivale a decirle: tú no morirás nunca.

La tercera dimensión para quienes creen en Jesucristo es que los muertos viven en Cristo. Es lo que dice y confirma el apóstol San Pablo. Si morimos en Cristo, si realmente creemos en su muerte y resurrección, no cabe duda de que viviremos con él eternamente. Esto se cree o no se cree. Ante la caducidad de esta vida terrenal, Dios responde con la promesa de una vida eterna. Por eso el cristiano como Cristo muere para resucitar.

Creo que la muerte no es el final del camino. La muerte es la puerta necesaria que nos lleva a Dios (o la Unidad Cósmica). Al final de la vida terrena no está el vació. Al final de la vida terrena no está un túnel sin salidas como dicen algunas leyendas. Al final de la vida nos espera Jesús con los brazos abiertos. Al final de la vida nos espera todas aquellas personas con quienes hemos compartido gozosamente esta vida aquí en la tierra. Al final de todo, cuando Dios pronuncie el nombre personal de cada uno de nosotros, no estaremos solos. Estaremos con los nuestros y con Jesús.

miércoles, 23 de octubre de 2013

El anacronismo del nacionalismo occidental

Los análisis sociales parecen apuntar a que el auge del “nacionalismo racista en Occidente” es consecuencia de la crisis económica: “en caso de escasez de bienes, los primeros en acceder a la mesa son los nativos”, argumentan. Razonamiento lógico pero anacrónico. ¿Por qué?
Porque ya nadie duda de que vivamos en una aldea global donde los bienes materiales y los seres humanos circulan libremente por todos los rincones de la tierra, de Kinshasa a New York, de Pekín a Managua, de Luanda a Lisboa (muchos portugueses que no tienen trabajo se están marchando a Angola. Hasta hace poco eran los angoleños que venían a Portugal buscándose la vida).
La tierra se ha convertido en una oportunidad para cualquier ser humano, en un hogar para todos. De allí el sinsentido de los nacionalismos exacerbados. Mi tierra no es mi nación; mi tierra es mi aldea global, un hogar para los que están, nativos o inmigrantes. El que nace, crece y muere en su tierra natal es, hoy por hoy, un peligro para la salud social. Definitivamente, uno no es de donde nade sino de donde pace.

domingo, 6 de octubre de 2013

Morir en África o morir en Lampedusa. Sólo preguntas.

¿Cuántos eran? ¿De dónde venían? ¿Qué esperaban al amontonarse en ese barco de la esperanza para ellos? ¿Tenían padres o hermanos? ¿Qué sienten sus madres? ¿Existen un mismo cielo para ellos que para nosotros? ¿Qué piensan sus almas de nosotros? ¿Qué dicen los barcos que no les socorrieron?

¿Qué opina el autor de la ley italiana que prohíbe auxiliar a los “sinpapeles”? ¿Duermen bien los diputados que votaron esa ley? ¿Qué piensa el ministro de la justicia español, el Sr. Gallardón, que ha promovido penar la hospitalidad hacia los “sinpapeles”? Y nuestros diputados que apoyan esa ley, ¿duermen tranquilamente?

¿Puede Europa enseñar los valores humanos a los africanos? ¿Vale la pena seguir creyendo en el mismo Dios que los dirigentes españoles afines al Opus Dei? ¿Nos engañaron los misioneros enseñándonos que el Dios de los blancos es misericordioso y que sus seguidores dan la vida por los demás? ¿Qué habrán enseñado los obispos españoles en sus homilías de hoy? ¿Habrán afirmado que hay un cielo para los inmigrantes que mueren vergonzosamente a la puerta de la Europa civilizada? ¿Podemos esperar algo de Italia la católica?

Y nuestros políticos, ¿reforzarán las murallas de Melilla para que ningún africano pueda alcanzar nuestro territorio indivisible? Y los mandamases africanos que siguen entregando sus compatriotas a la muerte, ¿harán algún comunicado oficial? ¿Mejorarán la condición socio-económica de sus pueblos para que los jóvenes africanos dejen de acabar en el Mediterráneo? ¿Sacarán sus fortunas de Suiza para invertirla en el desarrollo de sus pueblos? ¿Demonios o ángeles? ¿Padres de la nación o simples asesinos? ¿Africanistas o sanguijuelas? ¿Salvadores o carroñeros? ¿Vergüenza o crimen contra la humanidad? ¿Quién es quién en la tragedia de Lampedusa? La alcaldesa de Lampedusa, Giusi Nicolini, afirmó desesperadamente que “ya no tenemos sitios ni para los vivos, ni para los muertos”. Eh bien, voilà!

 



miércoles, 25 de septiembre de 2013

Las tentaciones del poderoso


La primera tentación del poderoso es concederse un capricho. Él cree que lo puede, y sus súbditos creen que se lo merece.

 

La segunda tentación del poderoso es perpetuarse en el poder. Si bien en teoría nadie tiene derecho a un cargo en la organización, en la práctica, el hecho de que uno haya desempeñado un cargo hace que él mismo y los demás crean que tiene un derecho moral a un cargo en la organización. De ahí que sea difícil convencer a quien ha ejercido el poder para que retorne a su antigua ocupación.

 

Los poderosos actúan, generalmente, según un esquema común, aprendido, vivido y manifestado en la creatividad particular de cada uno:

 

1.-El poderoso no pregunta, ordena: la persona que ostenta el poder no pregunta a nadie sobre lo que tiene que hacer. Ordena a sus colaboradores para que le presenten las sugerencias en relación con la realidad. El poderoso no es un colega, ni un amigo, ni un padrino. Es más que un gestor del bien común de toda la comunidad sometida a su autoridad. Ahora que el diálogo se ha convertido en palabra talismán, habría que recordar que el poderoso no dialoga: dialogan sus colaboradores mientras él escucha y conduce el diálogo. Los colaboradores no tienen porqué saber lo que piensa el poderoso: su deber es poner a su disposición elementos, cuantos más mejor, para que él se sienta más cómodo tomando decisiones. Ahora bien, en más de una ocasión tendrá que colocarse en la incomodidad y seguir velando por el bien común.

 

2.-El poderoso es disciplinado: la disciplina es el principio del orden y del éxito. Si falla, se desajustan las relaciones interpersonales. El poderoso ha de mantenerse en forma. La disciplina ha de ser, a la vez, física e interna. Es necesario respetar, a rajatablas, el orden del día y seguir un programa concreto. Puesto que rara vez el poderoso es censurado, la autocensura tiene que funcionar al máximo.

 

3.-El poderoso es un líder: sabe situar el escenario de los acontecimientos en el tiempo y en el lugar, para, después, actuar desde la realidad. En principio, el líder se adapta a las circunstancias y no intenta que las circunstancias se adapten a sus planes. Pero no se deja condicionar por las circunstancias. En poco tiempo, ha de estar en condiciones de moldear y actuar sobre el medio, y no viceversa. Toma decisiones e inicia acciones que cambian las circunstancias. Al líder no se le pide el “cambio adaptativo” para sobrevivir y mantener las cosas vivas: se le exige un “cambio innovador”, condición indispensable para lograr el éxito en un mundo en cambios constantes. Por eso el poderoso tiene que aprender las reglas que rigen el juego y definir una dirección y construir los cimientos para llevar a cabo un cambio sostenido. El líder de una organización es el que marca la dirección y la orientación, coordinando las actividades de los miembros en la consecución de las metas del grupo. El líder no es un administrador. No se preocupa sólo del funcionamiento ordenado de su organización: está atento a la marcha de todas las actividades y trabajos. Finalmente, como líder, el poderoso está en condiciones de introducir cambios en el escenario. Él es consciente de que ningún cambio es espontáneo. Cuando se lee bien las situaciones previas al accidente, es cuando se comprende su evitabilidad. Se ve venir. Por eso decimos que el cambio es un proceso continuo y dinámico que las personas deben comprender y aceptar. El líder mantiene el delicado equilibrio entre la estabilidad de la estructura del grupo y la cambiante iniciativa individual.

 

4.-El poderoso no aspira a ser recordado: quien aspira a ser recordado no está en condiciones de ejercer su poder. En cambio, quien aspira a cumplir sus funciones es consciente de que el mando no persigue la fama, sino el cumplimiento de lo impuesto.

 

Punto final

Muchos poderosos no saben retirarse a tiempo. A menudo necesitan un empujón para entrar en el inevitable crepúsculo de todo ser finito. Aunque los súbditos crean en su perpetualidad, el buen poderoso sabe ocupar su lugar en cada momento y retirarse antes de un desgaste desprestigioso. Sobre todo sabe medir sus fuerzas: tarde o temprano el testigo ha de pasar a los demás.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Fenomenología del poder


En la figura de Moisés se condensa, para mí, todas las combinaciones posibles de los poderosos. No sólo en sus manos está la ley (diez mandamientos), sino que es el único ser humano que ha visto el rostro del mismísimo autor de la ley (Yahvé). Su especial nacimiento, su educación en la corte real, su traición al rey Faraón, su opción por el más fuerte, su imposición a sus hermanos hebreos, el origen divino de su autoridad, su función de guía y liberador, su forma de atar los entresijos del poder ante su inminente incapacidad física y su dulce muerte le convierte en el sueño de cualquier aspirante al poder.

 

 

Por mucho que nos rebelemos contra el poder, o al menos contra algunas formas de ejercerlo, necesitamos personas capacitadas para llevar a cabo obras de tenacidad y de reflexión. Normalmente ejerce el poder el más fuerte, el mejor cazador, el mejor guerrero, el más inteligente, el que ha sido elegido o el heredero. Y lo ejerce con autoridad invocada,  autoridad necesitada o autoridad creída por sus súbditos. De ahí que sea necesario que el poder sea creíble e invocado para conservarse. Se podría decir que:

 

1-El poder se recrea y se revitaliza en las fuerzas armadas y en la ideología. En algunas comunidades, ambos poderes van unidos. Pero cuando se distancian, su poder es opresor. Cuando conviven pacíficamente, la ideología mantiene en orden a sus seguidores, y las fuerzas armadas hacen lo mismo con los escépticos o extraviados. La ideología sola no es capaz de mantener el orden; las fuerzas armadas solas no son capaces de satisfacer las ansías de libertad condicionada a la que aspiramos todos los seres humanos.

 

2-Todo poder implica en los súbditos una “servidumbre voluntaria”. Ningún poder perduraría si no contase con el consentimiento de la mayor parte de sus súbditos. Cuando el poder se estructura basándose en la sumisión, las conciencias permanecen libres, y poco a poco se va fortaleciendo hasta convertirse en inquebrantable. El grupo sometido es poco maduro, poco creativo, poco vital y poco personalizador. Y la gente aterrorizada no toma iniciativas ni asume responsabilidades.

 

3-Las auténticas relaciones igualitarias no duran mucho tiempo. El factor “tensión” presente directa o indirectamente en cualquier relación tiende a desequilibrar las relaciones interpersonales, para bien o para mal. Y quien gana, digan lo que digan los románticos, es quien posee el poder, la capacidad de hacer y deshacer sin previa consulta. Tal vez éste sea el poder llevado a sus límites demoníacos, pero es cierto que cualquier poderoso siente la necesidad de concederse este capricho.

 

4-El poder es, en sí mismo, una estructura de relación dinámica y cambiante que se da en todos los aspectos de la vida humana. En la relación se genera y se actualiza lo que somos como personas, y lo que hacemos nos define: lo permitido o lo prohibido, lo conveniente o lo inadecuado nos va configurando en el tiempo y en el espacio. En estas relaciones, nos vamos definiendo como débiles o fuertes, como sometidos o sometidores: vamos asumiendo los papeles que nos corresponden en el entramado de las relaciones.

 

5-El poderoso no pertenece al común de los mortales. El poder satisface las necesidades ocultas o manifiestas de depender, de someterse, de recibir de otro confirmación y apoyo para la propia identidad. Cuando el poderoso inicia su carrera, está sinceramente convencido de la excelencia de los principios que defiende (principios claros y objetivos). De hecho el dictador se convence de que es imprescindible al pensar que sus súbditos son, en realidad, incapaces de gobernarse.

 

6-¿Cómo se conoce al poderoso? Poderoso es aquel al que se le pregunta ansiosamente: “¿Señor, qué quieres que yo haga?”. No necesariamente tiene que ocupar el máximo puesto en la organización. Tampoco tiene que ser el responsable último de las decisiones. Poderoso es aquel que da esperanza a los administradores, moviliza a muchos otros compañeros, y es objeto de identificación.

domingo, 11 de agosto de 2013

Los hijos de la postmodernidad (I)


Fiesta universitaria en Salamanca
Hace varios años discutía con mi amigo Pierre acerca del carpe diem, del postmodernismo según el filósofo italiano Vattimo, del fin de la historia según el norteamericano Fukuyama. Entonces éramos universitarios en la eternamente bella Salamanca. Vivir y dejar vivir parecía guiar el espíritu reivindicativo de algunos compañeros universitarios. La preocupación de gran parte de la juventud era “con quién me voy de marcha o de botellón este fin de semana”. Ni siquiera se interesaban por hacer el amor. Beber toda la noche y dormir todo el día era su única aspiración. Los demás acontecimientos “se la sudaba”.

 

Nuestros compañeros universitarios no se identificaban con Prometeo, aquel que robó el fuego a los dioses para entregarlo a los hombres. “Qué saco yo de esta mierda” y “¿para cuándo lo mío?”, se preguntaban cuando les hacías una propuesta altruista. En los años noventa, muchos jóvenes occidentales vivían como si ya no hubiesen grandes compromisos que merecieran nuestra entrega. Primero yo, después yo, y por último yo. Este egoísmo radical está minando, hoy por hoy, incluso los pueblos menos contaminados por la globalización del individualismo. Hablamos, pues, de la generación postmoderna.

 

Los diferentes estudios filosóficos llegan a la misma conclusión: el hombre postmoderno se ríe de Sísifo, aquel que fue condenado por los dioses a empujar eternamente una roca hasta lo alto de una montaña, desde donde la misma roca volvía a caer por su propio peso. Así se sentía el europeo de postguerras al reconstruir una y otra vez su casa, su vida y su patria, y llegaba el iluminado de turno y lo reducía todo a escombros.  Tal vez por eso los postmodernos no juegan a la guerra porque no tienen grandes relatos que justifiquen tal entrega crística. Que los dioses se queden con su puto fuego, y si Sísifo quiere, que cargue solo con su maldita piedra. El postmoderno quiere vivir como el bueno de Narciso que encarna la juventud, la felicidad inmediata, la vida a tope. ¿Para qué soñar con futuros vanos y asumir esfuerzos que simplemente acabarán en fracasos? Dejemos la piedra en su sitio, dejemos el fuego a los dioses que tal vez con un poco de suerte se quemen y nos dejen vivir en paz.