jueves, 8 de julio de 2010

Miwa Buene


Le hemos visto en los medios de comunicación intentando explicar cómo vio su vida truncada por un “salvador” que quiso devolverle junto a sus antepasados en los árboles. Probablemente él huyó de su tierra congoleña expulsado por las compañías mineras occidentales que provocan conflictos bélicos para poder explotar las minas congoleñas sin control. Probablemente los colegas de su agresor grabaron sus súplicas en los teléfonos móviles fabricados por el coltán traído ilegalmente de su Congo natal. Y probablemente aquel que le llamó mono no sabe que la raza humana proviene de África y que según los estudios antropológicos, el primer hombre era negro. Miwa pasará el resto de su vida en una silla de ruedas; su agresor será encerrado durante unos cuantos años en una prisión. Miwa no fue agredido por ser Miwa: le “jodieron” la vida por ser negro. Negros y africanistas le debemos respecto.

Hace unos quince años compré un libro “filosófico” de un catedrático español, y por sorpresa mía vi que afirmaba que no era capaz de distinguir un niño rwandés de un gorila. Más tarde un sacerdote negro me dijo que algunos de sus hermanos españoles no le dejaban dar la comunión en una parroquia madrileña porque los feligreses no aceptaban recibir la comunión de manos negras. Pero esas manos negras no dudaron en coger cariñosamente a los de uno de ellos mientras agonizaba en un hospital madrileño. El sacerdote negro me contaba cómo ayudaba al otro colega a entrar en el autobús cuando ya le empezaron a flaquear sus piernas.

Años más tarde leí que algunos pensadores europeos no juzgan a los negroafricanos con compasión. Voltaire decía que el negro es “una imagen cómica de Dios porque, a parte de su nariz aplastada, tiene poca o ninguna inteligencia” (Cfr. Voltaire, Lettre d’Amabed, T. XXI, página 462). Su contemporáneo, un teólogo protestante llamado David Boullier, escribió que “los monos parecen tener más inteligencia que los negros, sus compatriotas” (Cfr. David Boullier, Essai philosophique sur l’àme des bêtes, T. I, páginas 139-140). El título de su obra es muy significativo: Ensayo filosófico sobre el alma de las bestias. Cuando sus colegas negreros iban a la caza de negros sólo querían “jóvenes sin barba y muchachas de pecho erguidos”. No les interesaban “viejos de piel arrugada, de testículos colgantes o encogidos” (Cfr. Instrucción de 1769), ni “negros de gran talla y flacos, de pecho estrecho, de vista perdida y aire imbécil”. Por supuesto que tampoco querían las “mujeres con pecho levantados ni tetas fláccidas” (Cfr. Joseph Ki-Zerbo, Historia del África negra. De los orígenes al siglo XIX, Madrid 1980, p. 320).

¿Pero a qué viene este racismo antropológico? ¿Qué es lo que el hombre negro le ha hecho al hombre blanco para justificar tanto odio que no es racial sino antropológico? Voy a poner un ejemplo para que se entienda la gravedad. El racismo racial (ejemplo racismo entre hutu y tutsi en Rwanda, payos y gitanos en España); el racismo antropológico (ejemplo: negar que un negro o un indio sea ser humano). Normalmente el racismo antropológico es practicado por los blancos muy religiosos porque se creen tener las medidas para juzgar quienes son humanos y quiénes no.

El hombre negro como Mugabe en Zimbabwe expulsa a los granjeros blancos porque los considera sanguijuelas. Pero no les niega su condición de ser humano. En cambio, el hombre blanco expulsa a los hombres negros porque no les considera seres humanos: son iguales que los perros. Hasta hace poco en Estados Unidos de América y en Sudáfrica los negros eran considerados como animales. En los autobuses, en los edificios oficiales y en las escuelas había una nota que decía lo siguiente: “prohibido para los perros y negros”. Cuando el hombre blanco consideró que había llegado el momento de elevar el negro a la categoría del ser humano, destacó su inferioridad intelectual. Parece mentira pero es cierto: a finales del siglo XX, incluso algunos blancos, como el catedrático español Quintana, se creen capaces de demostrar la inferioridad intelectual del hombre negro. Menos mal que no todos los blancos son iguales.

2 comentarios:

Pili dijo...

¡Cuánto dolor! Cuando algo tan elemental y sencillo como rascarse un brazo o la cabeza, en un determinado momento, y no poder hacerlo,aguantar el picor unos segundos o algo más cuando no se tiene a nadie lo suficientemente cerca, pues algo tan natural Miwa no puede hacerlo.

No quiero hacer más reflexiones en este momento, sólo desearle a Miwa todo el valor y paciencia del mundo para que pueda vivir con nuevas ilusiones a partir de ahora, rodeado del amor de su familia.

Kaziri dijo...

Hoy en día, el racismo es una realidad universal. ¿Por qué? Los científicos como Taguief y Sibony intenta aportar respuesta. Yo creo que el racista lo es por el vacio de identidad e ideas. Pero lo que me consuela en todo es que el amor es más grande que el racismo. No me cabe duda que hay mucho más blancos que quieren a Miwa comparado con muchos negros que le son indiferentes. ¿Qué questa realmente amar y amar hasta el fondo? Ánimo Elie por habernos permitido de mirarnos otra vez en nuestro espejo de los sentimientos contradictorios.

Pierre