Todo suena romántico. Desde mi patera contemplo
las ondas marinas, el espacio abierto que puede ser mi tumba o mi salvación.
Vivir es montar en una patera, luchar contra mareas y vientos, remar
mar a dentro y unir las dos orillas: África y Europa, el hambre y la abundancia.
Es verdad. La vida es una inmigración, un ir y venir, un estar ajustando las
piezas y sintonizando las emisoras para alcanzar una buena comunicación. Todos
somos inmigrantes. ¿Quién vive en la casa en la que nació, en el pueblo que le
vio crecer, en la ciudad donde estudió, en el lugar donde se enamoró de su
primer amor? Todos estamos montados en una patera.
Todo suena triste. Desde mi patera contemplo la
realidad que deseo pero que nunca podré alcanzar. He salido de mi país huyendo
de la guerra, del hambre y de una sociedad que no me ofrecía futuro alguno.
Allí era un legal condenado a la muerte. Aquí me llaman un ilegal. Pero yo me
pregunto: ¿desde cuándo uno nace ilegal? Del matrimonio ilegítimo hemos pasado
a la existencia ilegal. Pronto tendremos también una muerte ilegal. Propongo
un monumento para quien convirtió los seres humanos en ilegales.
Todo suena problemático. Desde mi patera oigo
hablar de mí, unos para explotarme, otros para salvarme. Lo mismo me da que me
llamen Indocumentado, o sencillamente Ilegal. Sólo busco un lugar
donde vivir dignamente. Yo no soy aventurero; invierto lo poco que tengo para
buscar la suerte y salvar mi pellejo. El camino al exilio es fruto de falta de
expectativas y de oportunidades para sentirme persona humana en mi pueblo de
origen. A donde me dirijo hay una nevera llena de alimentos, y unos yogures a
punto de caducar. Dios mediante, habrá quien me ofrezca unas pocas migajas que
tenga sabor a pan, o una aspirina a punto de caducar. Ya sé que para algunos yo también
soy una mercancía caducada. Pero otros saben que me empuja la miseria,
que me atrae el paraíso y que me mata el muro visible que me impide el paso.
Todo suena africano. Desde mi patera sólo me
muestran los inmigrantes africanos. ¡Qué pena! Según los medios de
comunicación, el nuevo rostro del inmigrante se llama africano, aunque sea
minoritario en España. ¿Acaso ve usted
patera de ucranianos, de cubanos o de alemanes entrando en España? Pero sólo el
25% de inmigrantes proceden de África. Definitivamente soy una pelota entre los
políticos, un titular en los medios de comunicación social y una curiosa foto
para los coleccionistas. Hablan de los que llegan, pero ignoran los
que atrapa el mar, o los que vienen detrás.
Todo suena patético. Desde mi patera
contemplo una multitud de pateras que me siguen. Todos queremos pisar tierra
firme, descansar de nuestro largo viaje e intentar ser feliz. La procedencia y
el modo de nuestra entrada no deberían influir en el modo de ayudarnos, porque sencillamente
somos humanos y buscamos lo mismo que usted: vivir dignamente, o lo mínimo:
sobrevivir. El mundo está francamente mal dividido: el 20% consume el
80% de los bienes terrestres, que deberían ser un almuerzo compartido. El mundo
rico no es un hogar para los inmigrantes: es una prueba constante de su
identidad. Claro que el inmigrante no tiene identidad, la busca. Y si usted no
le presta la antorcha para encontrarla, le está anulando. Pero yo le comprendo:
le bombardean con titulares para que se convierta en un cobarde y luche contra
su propia historia de la inmigración. “Vienen los inmigrantes” -le dicen o le
escriben-, “llega una avalancha de inmigrantes”, “invaden nuestras playas”,
“nos quitan el trabajo”, “hacen peligrar nuestra raza y nuestra religión”, "se enamoran de nuestras hijas",...
son amenazas constantes que llaman a su casa y le aconsejan blindar la puerta
principal de su corazón. Hay una incitación al odio racial desde la política,
el Internet, la música y las revistas. Humanamente creo que hay lenguaje que no se
puede tolerar y actitudes que merecen matices. Pero la realidad es que
puede crecer el racismo y la xenofobia en España. Estas actitudes nos colocan
en una situación de precariedad y de angustia permanente. Destruyen nuestras
costumbres, marginan las parejas mixtas, acallan a los hombres y mujeres de
buena voluntad. Asocian nuestra imagen a la droga, al robo, a la
marginación, a la miseria. Y la miseria no es humana, lo sabemos todos. Callan
nuestra aportación al desarrollo económico, a la riqueza intercultural, a
nuestra propia historia, a la reinversión en nuestros países de origen. No
quieren reconocer que acoger a un africano es un deber de justicia
a quien padeció y sigue padeciendo la esclavitud, el colonialismo y la
globalización occidental.
Todo suena humanitario. Desde mi
patera espero un Karibu, un simple “bienvenido”. No quisiera
“circular sin billete” porque me han pagado el viaje de retorno, ni quisiera
saltar las barreras del Metro Madrid para llegar al lejano comedor que me han
asignado. Soy una persona que busca un nuevo hogar para vivir. Me
pesa lo que dejé atrás, por favor no me aumente la carga. No quiero “un
discurso políticamente correcto” que esconda un comportamiento racista y limite
mi crecimiento humano. Vengo buscando la subsistencia; necesito protección,
afecto, entendimiento; ofrezco mi historia personal, mi participación en el
desarrollo social, mis inquietudes. Esto es lo único que tengo. Estoy
convencido de que al coincidir dos personas distintas, si se respetan y
conviven, con el tiempo, ambas cambian y se enriquecen mutuamente. Por eso
integración no quiere decir una simple adaptación que anula la identidad del
otro, sino un encuentro creativo entre dos amigos, un mirar en la misma dirección
sin confundir los horizontes personales. Por eso en la hospitalidad para con
los inmigrantes la Ley no es lo más importante. La Ley es un instrumento. Lo
que resuelve los problemas de integración es la voluntad de que el otro viva y
tenga mil oportunidades para reencontrarse como persona.