Acosado por la oposición y traicionado por los suyos, el presidente Adolfo Suárez (1976) salió del complejo presidencial sin penas ni glorias, a pesar de su gran aportación a la transición española. Ha tenido que esperar más de treinta años para que se le reconozca su labor en el gobierno de España después del General Franco.
Al presidente Leopoldo Calvo Sotelo (1981) a penas se le recuerda como jefe del gobierno, a pesar de que aterrizó en La Moncloa en plena tensión social y supo estabilizar la situación política que condujo al joven socialista Felipe González (1982) al sillón presidencial.
El Señor González estuvo allí hasta que la corrupción, el paro y la ineficacia en la lucha contra el terrorismo se instalaron en su entorno. Los medios de comunicación dejaron al descubierto el lado oscuro de su administración; la oposición de José María Aznar le repetía continuamente aquello de que “váyase Señor González”, y los votantes le hicieron salir de La Moncloa sin aplausos.
En 1996 llegó Aznar, estabilizó la situación laboral de los españoles, puso seriedad en la administración pero acabó metiéndose en una guerra que ni nos iba ni nos venía. A pesar de las protestas del pueblo, el Señor Aznar prefirió agradar a su amigo Bush y mandó el ejército a Irak sin consentimiento del Congreso. El divorcio con la opinión pública española que ya estaba en marcha se firmó en la gestión de los horribles atentados de Madrid. Sus méritos fueron borrados por su empeño en gestionar mal la mayoría absoluta.
Llegó José Luis Rodríguez Zapatero, con un mandato de que no fuera como sus antecesores: “No nos falles”, le gritó un joven en la noche electoral de 2004. Trajo el ejército de Irak, legalizó la situación de miles y miles de inmigrantes sin papeles, normalizó la dignidad de las relaciones homosexuales, aprobó varias leyes sociales y puso en marcha un contacto con África a través de los distintos encuentros con las mujeres africanas. Empezó su segundo mandato presidencial negando la existencia de la crisis económica y terminó ejecutando políticas propias de un gobierno de derecha. Finalmente ZP contradijo a ZP: blindó el suburbano madrileño con la policía nacional para acosar a negros y latinoamericanos de piel oscura; eliminó el cheque-bebé; rescató a los bancos, decepcionó a sus votantes y entregó el sillón presidencial a Mariano Rajoy. Casi ocho años después, ZP está soportando heroicamente aquello de que “no nos representas”. Parece la maldición de La Moncloa. A ver si algún día lo investiga Iker Jiménez.
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