
Es muy triste reconocerlo pero las cosas son como son:
las industrias
armamentísticas europeas sobreviven gracias a los conflictos bélicos.
Y los ciudadanos occidentales no suelen exigir a sus gobiernos para que
intervengan en conflictos lejanos. Que mueran los congoleños o los sirios por
una bomba lanzada por un dron, eso no impide al occidental medio seguir
disfrutando de su almuerzo. Que mueran los inmigrantes en el Mediterráneo, por
muy cerca de nosotros que se encuentren, no son de los nuestros. Pero que los
combatientes islámicos decapiten a un norteamericano, esto sí que nos afecta:
paramos de comer, soltamos todo tipo de improperios, nos acordamos de la madre
de algunos y nos preguntamos qué hacen nuestros gobiernos para defendernos de
esos salvajes. Obviamente
no reconocemos que esos salvajes están utilizando armas compradas en Occidente
y que muchos de sus asesores son occidentales.
Nuestra hipocresía occidental no tiene límite. Todavía
hoy recuerdo cómo la Audiencia Nacional juzgó y condenó a dos piratas somalíes
que secuestraron un pesquero español. Esos dos chicos apenas sabían leer y
escribir. No obstante, el rescate de los españoles se negoció en un bufete de
abogados en Londres. ¿A usted le interesa saber qué pasó con los abogados de
ese bufete? No me lo creo. ¿Usted cree que esos dos adolescentes capturados por
los militares españoles eran los auténticos autores del secuestro de ese
pesquero? No me lo creo.
Después de no haber hecho nada para evitar el
genocidio ruandés, el General Romeo Dallaire al mando de los cascos azules en
Ruanda afirmó que había estrechado la mano del diablo. Hay quienes piensan que los diablos se cambian
de papeles, dependiendo de dónde nos situemos. En lo que si coincido
con el bien condecorado General y que después de Ruanda intentó suicidarse (sin
conseguirlo, siendo todo un General) es en su afirmación del “fracaso de la
humanidad en Ruanda”: Romeo Dallaire, “J’ai serré la main
du diable: la faillite de l’humanité au Ruanda” (2003).